«Lo que les propongo es que se dejen llevar por este cuento, que se dejen sorprender, que se diviertan, que sientan lo que quieran… hasta aburrimiento». Con estas palabras, el oscarizado Juan José Campanella presentó su última película El cuento de las comadrejas, ayer en los Cines Aragonia de Zaragoza. Obra que se estrena hoy en las salas. El director argentino disfruta de estas visitas al cine. Le resulta una experiencia en la que «se comparte un sentimiento común» durante dos horas. «Dicen que no hay música más hermosa que la carcajada de un cine lleno», añade.

Aunque siente que las películas que más salas llenan actualmente no están diseñadas para él: «Si te fijas en las cuatro primeras películas de la taquilla del año… todos los personajes tienen súper poderes, ¡todos en todas!», bromeaba. Pero reconoce divertirse cuando acompañada a su hijo a verlas.

Para Campanella el problema reside en que «ya no hay películas que maravillan a la gente, con sus vueltas de tuerca, que cuenten un cuento». Este es precisamente el objetivo de El cuento de las comadrejas. El film es un relato en el que el humor y el suspense plasman las luces y sombras del mundo del cine. Para su director el tema principal es el conflicto «entre los que hacen cualquier cosa para tener más, versus los que hacen cualquier cosas para pasarla bien». La película se encuentra en un punto «entre el pragmatismo y el romanticismo». Sin embargo, el argentino solo puede «reflexionar sobre los temas una vez que la película está hecha».

El tiempo tiene un papel importante en esta obra. Campanella reconoce detestar la palabra envejecer: «Hemos hecho un petitorio en la Real Academia para que la eliminen», cuenta entre risas. Prefiere la palabra madurar. «Lo único lindo de madurar es tener relaciones que uno hace décadas que las tiene, tanto con amigos como familia». Al argentino le gusta analizar el paso de la vida: «Qué fue de aquellos sueños, cuales cambiaron, cuales dejaron de ser sueños y ahora que los cumplimos dejan de interesar, y cuáles son los sueños para adelante». Pero, ante todo, le atrae la cuestión de «cuándo deja uno de vivir, cuándo deja uno de crear para el futuro».

Esta comedia negra se basa en el largometraje Los muchachos de antes no usaban arsénico, de José Martínez Suárez. Según Campanella, la diferencia entre la versión original y la suya es que la primera parecía de los estudios británicos Ealing, «con una potente carga de humor negro muy seco». En cambio, el cineasta perseguía el toque de Lubitsch con unos diálogos «ingeniosos, muy escritos y que necesiten grandes actores para resultar naturales». Esa habilidad que tenía su referente Ernst Lubitsch para sugerir más de lo que mostraba.

Campanella lamenta los límites que se le pone al humor: «Cada vez nos están sacando un tema del que no podemos hablar». Cuestiones como la muerte o la vejez, que trata en su nueva obra. Aunque se lo toma con su particular humor: «Dentro de poco no solo permiso, sino también un papel firmado».

Otros límites que no concibe son las fronteras. Juan José Campanella defiende los beneficios de ver películas de otros países. El cuento de las comadrejas trata «un tema universal con sabor local». Aunque esta no es la única ventaja: «Así de paso pruebo vuestro sabor local, que no lo conozco».