Enfundado en una casaca militar, con un sombrero negro, gafas de sol, bajo una sombrilla blanca y, para sorpresa de todos, con su blanca tez al descubierto, Michael Jackson aterrizó en Zaragoza el 23 de septiembre de 1996 para poner patas arriba la ciudad durante varios días.

Más de 500 seguidores lo recibieron ya en el aeropuerto con pancartas y regalos, para seguirle después en comitiva hasta el Hotel Bostón, donde se habían reunido más de 2.000 personas que obligaron a cortar el tráfico de la zona. Nunca la capital aragonesa había vivido el fenómeno fans con tanta virulencia.

Jackson llegaba a Zaragoza para actuar al día siguiente ante 45.000 personas en La Romareda en un concierto exclusivo en toda la Comunidad Europea --que por cierto fue el penúltimo de los que ofreció en España-- gracias a las gestiones del entonces concejal de Cultura, Juan Bolea y 200 millones de pesetas. Pero el show del cantante comenzó, desde el mismo momento del aterrizaje.

El recibimiento en el Boston fue apoteósico. Precisamente la llegada al hotel dejó dos momentos impagables. El primero, cuando el cantante cogió en brazos a una niña que había sido arrollada por los fans y la subió a su habitación, desde donde saludaron a la multitud de la calle. El segundo, el ejercicio de funambulismo del cantante sobre la azotea del hotel, sentándose con los pies en el vacío.

La jornada aún daría para más, pues Jackson decidió salir de compras a una gran superficie comercial. Eso sí, entre otras cosas, compró su propio disco HIstory.

Al día siguiente, el concierto fue todo un acontecimiento musical y social. Jackson conquistó por completo al público, que lo vio salir de una nave espacial y desplegar, sobre un escenario estratosférico, todo su arrollador arsenal de música y baile. La cita congregó a numerosos vips, desde la infanta Cristina a Joaquín Cortés, Gurruchaga, Ariadna Gil, Penélope Cruz, los futbolistas del Zaragoza y los políticos de la región, con el entonces presidente aragonés Santiago Lanzuela y la alcaldesa, Luisa Fernanda Rudi, a la cabeza.

Al día siguiente, Jackson llevó regalos a los niños enfermos del Clínico. Fue todo un detallazo hacia los pequeños, aunque los gorilas del músico impidieron que todo fuese perfecto. Pero así son las cosas en la realidad, aunque el paso del Rey del Pop por Zaragoza se recuerde como un cuento.