Hoy se cumple un año del inicio de la batalla para liberar del ISIS a la ciudad de Marawi (Filipinas). Y aunque, oficialmente, los enfrentamientos concluyeron el pasado 23 de octubre, «siete meses después, el nivel de destrucción hace imposible volver a la zona cero», explica la responsable geográfica de Acción contra el Hambre en Filipinas, Benedetta Lettera.

A día de hoy, de las 354.000 personas que salieron inicialmente de la ciudad, 237.000 continúan desplazadas en asentamientos o en comunidades de acogida. «Cubren a duras penas sus necesidades básicas: dependen de la ayuda alimentaria y del agua comprada a proveedores privados o suministrada en camiones cisterna», informa Lettera.

El asedio duró cinco meses y «convirtió a Marawi en una ciudad fantasma», expone Javad Amoozegar, que en el 2017 dirigió la respuesta de emergencia de esta oenegé, que fue la primera organización internacional en atender a los desplazados. Además, «a su delicada situación se sumó, el 22 de diciembre, el impacto de la tormenta tropical Vinta, que afectó a 175.000 personas», añade Amoozegar.

Muchos de los desplazados eran agricultores y han perdido sus medios de vida. El sitio rompió las dinámicas de mercado y la operación militar destruyó completamente el comercio de Marawi, que había sido el principal centro suministrador de bienes a las comunidades del lago Lanao.

Además, Amoozegar advierte del riesgo de que lo que pasó en Marawi pueda resurgir en cualquier otro lugar de la isla de Mindanao. Los jóvenes, sin salida ni expectativas de futuro, «encuentran en la afiliación a grupos yihadistas una opción de vida fácil» entre tanta pobreza.