A sus 26 años, Álvaro (prefiere aparecer en este reportaje sin fotos ni apellido) estaba cansado de que en ningún sitio le dieran una oportunidad para trabajar. Padece un autismo leve con principios de asperger, y lamenta que «en muchas empresas, por desgracia, en cuanto saben que tienes discapacidad, ni siquiera leen tu curriculum».

Ahora lleva casi un año trabajando en el almacén de Decathlon en Zaragoza, con contrato indefinido, y «la experiencia es muy gratificante», asegura, «porque desde el primer momento, tanto los encargados como el director y los jefes han normalizado mucho la situación. La integración fue total desde el primer día, y estoy muy contento». No es de extrañar. A sus 27 años, este es su primer trabajo remunerado.

Alberto Berné tiene 23 años. Trabaja para la empresa de servicios Clece, y le gusta su empleo. Cada día, recorre las plantas del Hospital Miguel Servet de Zaragoza con su carrito de la limpieza, su mopa y sus trapos, dejanto todo reluciente a su paso. Este es su segundo empleo. Antes trabajó en el almacén logístico de Inditex en Plaza. Pero, según él mismo reconoce, «no lo he tenido fácil».

Su mayor dificultad ha sido el déficit de atención y la hiperactividad que le han acompañado a lo largo de su vida. «No es tan grave como la discapacidad intelectual, pero sí que tengo dificultades de comprensión lectora. Me cuesta entender las cosas y centrarme. Pero las personas con discapacidad no son ningunos extraños. Son uno más, con una serie de dificultades, aunque cada uno tenemos las nuestras. Y se merecen la felicidad, la oportunidad de tener un trabajo y de crecer en lo personal», afirma.

Una de estas personas es María Herrero, de 36 años. Llevaba dos años desempleada cuando entró a trabajar, hace año y medio, en la conservera Gardeniers de Atades, donde todos los trabajadores, «incluso los encargados», destaca la propia María, tienen algún tipo de discapacidad. Sin embargo, antes había comprobado por sí misma que la discapacidad sigue siendo «una barrera que echa hacia atrás» a los empresarios.

Anteriormente, María había estado 14 años trabajando en la ONCE. Pero, cuando quiso cambiar de empleo, vio que todas las puertas se le cerraban. Se hartó de repartir currículos, sin ningún éxito. «En cuanto ven que tienes un 75% de discapacidad visual ya no te llaman porque piensan que no ves nada».

Álvaro, Alberto y María tienen algo en común. Su situación sería ahora muy distinta si no se hubiese cruzado en sus vidas Atades, cuyos programas de inserción laboral son una alternativa estructurada para que las personas con discapacidad y en riesgo de exclusión social accedan al empleo con perfiles profesionales adaptados a su desempeño. Los tres encontraron sus trabajos actuales a través de la agencia de colocación de esta organización sin ánimo de lucro.

El empleo para las personas con discapacidad intelectual es un reto para Atades, porque constituye una importante vía de desarrollo personal y un camino fundamental para la inserción plena en la sociedad. Si el trabajo es muy importante y necesario en la vida de todas las personas, todavía lo es más para las personas con discapacidad intelectual, ya que supone una forma de realización personal, además de un principio fundamental para su integración social.

En España viven 230.000 personas con discapacidad, y alrededor de 50.000 son susceptibles de ser empleadas. 10.000 de ellas ya trabajan en centros especiales de empleo, y otras 5.000 han accedido a un trabajo ordinario. Pero unas 35.000 se encuentran todavía sin empleo, según datos de la Asociación empresarial para la discapacidad (Aedis).

Por este motivo, en el año 2015, Atades decidió ponerse manos a la obra y fundar su propia agencia de colocación. Ahora, sus servicios se han abierto también a personas con otros tipos de discapacidad distintos a la intelectual, y en general a colectivos con dificultades de inserción laboral.

«El primer día que me conocieron vieron que mi perfil podía encajar con este trabajo. Y la verdad es que fue una suerte porque era la primera entrevista que hacía con la agencia de colocación de Atades, y me cogieron», relata Álvaro.

Para María también fue llegar y besar el santo. «Concerté una cita, presenté el curriculum, hice una pequeña entrevista y al día siguiente ya me estaban llamando para trabajar», recuerda.

Un poco más le costó a Alberto. Estuvo tres meses apuntado, recibiendo orientación laboral y clases de transición a la vida adulta, hasta que le llamaron. Cree que sin Atades le le habría costado más encontrar trabajo. «De hecho se lo he recomendado a otras personas», asegura.