Dentro del mundo de la cooperación internacional para el desarrollo hay una necesidad importante de tener mayor conocimiento de los proyectos que buscan implementarse, y también, un seguimiento más exhaustivo de sus efectos en el tiempo. Ambos aspectos requieren una visión más compleja de lo que es hacer cooperación, y que implica, no solamente una transferencia de recursos para cumplir con un objetivo de infraestructura o desarrollo institucional, sino que supone además identificar cómo transformamos la realidad social en la que intervenimos, cómo se transforma nuestra sociedad al tiempo que eso sucede y qué nuevas cosas aprendemos en el camino.

Hay varios motivos para que esto no suceda. Por una parte, no se dedican recursos suficientes para la realización de diagnósticos previos a la ejecución de proyectos. Son pocos los financiadores que se distinguen por reconocer que son necesarios tiempo y euros para poder identificar las condiciones en las que se encuentra el sistema que se quiere intervenir, con el fin de generar una línea de base contra la que se pueda contrastar los efectos de un posterior desarrollo.

Por otra parte, no solo del lado de los financiadores está el sesgo hacia una nula sistematización del conocimiento anterior y posterior de los proyectos. También desde las oenegés de desarrollo se carece de estrategia en este sentido, primordialmente porque no se autodefinen como generadores de conocimiento, sino como ejecutores de acciones. Desde mi perspectiva, ambas identidades no son excluyentes, y podemos transitar para ser ambas cosas si tenemos una perspectiva de largo alcance. Si esa estrategia la volviéramos colectiva, implicaría cooperar para cooperar, aprender de las experiencias de otras organizaciones y de los efectos de sus acciones en el tiempo.

Para lograr ese cambio es necesario reajustar nuestros paradigmas de intervención. Eso implica, por poner un ejemplo, atreverse -tanto financiadores como ejecutantes- a complementar el inamovible marco lógico con metodologías mas adaptativas, menos excluyentes, más participativas. No porque sean innecesarias, pero sí porque son limitadas. Y en esa dimensión complementaria está toda la gama de investigación-acción sistémica que está ya implementándose en diferentes sistemas de cooperación para identificar necesidades más concretas en procesos participativos más transparentes.

Es un reto metodológico importante. Pero un diagnóstico estructurado con la perspectiva y participación de los actores locales clave es, en gran parte, la manera de anticiparse a problemas en la ejecución, a ampliar la posibilidad de adaptarse frente a imponderables futuros y, sobre todo, a asegurar la pertinencia de la inversión realizada.

En esta línea, desde la Catedra de Cooperación para el Desarrollo estamos trabajando para proponer procesos de investigación en las acciones de cooperación, apostando por la generación de sistemas de conocimiento que sean útiles y comprensibles.