Santiago Agrelo fue ordenado arzobispo de Tánger hace doce años, a donde llegó procedente de una parroquia de la diócesis de Astorga. Poco antes, en el año 2005, escuchó una noticia sobre la muerte de unos emigrantes que trataban de cruzar la frontera marroquí para entrar en España. Según él mismo confiesa, pensó que nadie más que aquellos hombres «eran responsables de su propia muerte».

Nunca antes había cruzado al otro lado del estrecho de Gibraltar. Pero, al poco de llegar a Tánger, sus vivencias mutarían para siempre su punto de vista sobre las migraciones. «Fue el contacto directo con los emigrantes lo que me hizo cambiar. Antes, los veía como un problema y no como personas», asegura.

Ese cambio empezó cuando, nada más llegar, comprobó cómo «gente desesperada llamaba a las tres o las cuatro de la mañana a la puerta del arzobispado», buscando la ayuda de Cáritas.

Comenta que el punto de inflexión se produjo cuando «vi a un joven subsahariano, sin saber por qué estaba aterrorizado y no era capaz de decir una sola palabra. Luego lo comprendí al ver lo mismo en tantos otros. Son las consecuencias que arrastran del camino de miles de kilómetros que han recorrido, en el que han padecido toda clase de humillaciones, vejaciones, robos... Eso deja heridas físicas, pero también en el alma, y estas, seguramente, las van a arrastrar toda su vida».

Ante el contacto con esta realidad, hasta entonces desconociada para él, «mis prejuicios desaparecieron rápidamente». Por eso, Agrelo opina que solo hay que «ver para acoger», y así tituló la conferencia que ofreció ayer por la tarde en Zaragoza.

El arzobispo de Tánger cree que a todos los ciudadanos españoles nos ocurriría lo mismo si nos decidiésemos a conocer las historias de vida de las personas migrantes, una tarea a la que Cáritas ha querido contribuir con la exposición que ayer se inauguró en Zaragoza.

En esta línea, monseñor Agrelo opina que «quien se acerca a las fronteras queda impactado por lo que ve en ellas. Claro, no todo el mundo va a ir hasta ellas. Pero sí que me gustaría que fuesen los políticos. No para comprobar el estado de las vallas, sino para hablar con los migrantes», sostiene.

Por ello lamenta que en la frontera sur española no haya testigos incómodos, pues los medios de comunicación tienen prohibido trabajar en ella. «Me parece una violación de los derechos más fundamentales», denuncia.