Las refugiadas sirias en Líbano, incluidas las palestinas que vivían en Siria antes de la guerra, se enfrentan a violencia por motivos de género y a explotación en prácticamente todos los aspectos de su vida diaria. Las que carecen de parientes varones y son cabeza de familia son las que mayores riesgos corren.

Algunas de estas mujeres cabeza de familia son viudas o están divorciadas, y las hay también que tienen esposo, pero este se ha quedado en Siria, ha pedido asilo en otros países o se encuentra en paradero

desconocido, ha sido víctima de desaparición forzada o está detenido en Siria. Ellas tienen más probabilidades de sufrir el acoso de hombres que saben que

están solas en Líbano.

En diciembre del 2016, el Gobierno libanés introdujo restricciones que prohibían a las personas sirias trabajar en actividades distintas de la agricultura, la higiene y la construcción. Esto significa que trabajan en actividades que tienen un salario bajo y poca seguridad laboral. Y si su situación es irregular, no pueden trabajar en un empleo reglado, lo que hace que las personas refugiadas corran el riesgo de ser explotadas por los empleadores.

Esta situación llevó a la oenegé aragonesa Arapaz, especializada en ayuda humanitaria -reparte alimentos, productos de higiene y gasóleo de calefacción en cuatro campos de refugiados en Líbano- a poner en marcha un proyecto laboral para mujeres.

El proyecto consiste en formar una pequeña cooperativa de venta y arreglos de ropa y de fabricación y comercialización del famoso jabón de Alepo con un grupo de 17 viudas sirias refugiadas que viven en la ciudad de Chatura, en el Valle de la Bekaa.

Todas ellas llegaron a Líbano huyendo de la guerra, después de perder a sus maridos y a otros familiares cercanos. Su condición de refugiadas les permite estar en el país pero no les dan opción a trabajar. Todas dependen de la ayuda humanitaria.

Los hombres refugiados consiguen trabajo más fácilmente en las labores del campo, pero la condición de las mujeres es todavía más complicada. A esto se unen los referidos abusos sistemáticos que sufren las mujeres solas refugiadas en Líbano, tanto a nivel social como laboral.

En este caso, las mujeres con las que coopera Arapaz no viven en un campamento sino que residen todas juntas en una casa cedida por un libanés. Cada una tiene una habitación y comparten la cocina y el baño.