La crisis del coronavirus está generando un impacto colosal y creciente en las economías y sociedades de todos los países, además de una enorme pérdida de vidas. Sin embargo, poco se habla del impacto que esta emergencia está generando en quienes se dedican a la agricultura, la ganadería o la pesca, y que constituyen las comunidades rurales que producen nuestro alimento.

La lucha contra la pandemia pasa por la paralización de la economía y el aislamiento social para disminuir y escalonar la transmisión de la enfermedad. Estas medidas nos han llevado a poner sobre la mesa la importancia de lo más básico para nuestra supervivencia como individuos y sociedades: la salud, la educación, la investigación, el trabajo y, sin duda, la alimentación.

Esta crisis nos debe hacer reflexionar sobre lo importante que es tener un sistema alimentario adecuado, que nos asegure el acceso a la alimentación en los momentos difíciles, como este.

Expertos de todo el mundo denuncian la vulnerabilidad de nuestras sociedades basadas en la concentración de recursos y personas, la deslocalización de la producción, la destrucción y la sobreexplotación de los recursos naturales. Esta epidemia es un claro ejemplo de lo que nos va a seguir viniendo: una zoonosis consecuencia de la industrialización de la ganadería, que ocupa antiguos espacios forestales, donde las nuevas explotaciones conviven con la fauna salvaje.

Parece paradójico que, poco antes de la epidemia, numerosas ciudades del Estado español estuvieran paralizadas por agricultores, que tomaron el asfalto para volver a recordarnos que están ahí. Y, sin embargo, son ellos los que durante el confinamiento han asegurado el abastecimiento del alimento necesario, compensando el hundimiento de las importaciones.

A pesar de ello, las zonas rurales sufren a nivel global el abandono institucional, con políticas deficitarias a todos los niveles. Además, son las primeras víctimas de la concentración de recursos y personas, la deslocalización de la producción, la destrucción y la sobreexplotación de los recursos naturales.

Durante la crisis del covid-19, y en la salida de la misma, tenemos que seguir defendiendo la soberanía alimentaria, de manera que nuestro alimento se produzca lo más cerca posible, no solo para garantizar que la cadena alimentaria no se rompe por problemas en otros países, sino también para luchar contra el cambio climático. Los alimentos serán mejores cuantos menos kilómetros tengan que recorrer, cuantos menos pesticidas y abonos sintéticos necesiten para ser producidos, cuantos menos envases empleen para ser distribuidos, cuanto más respeten el bienestar animal y cuanto mejor conserven los suelos, el agua y la biodiversidad.

Del mismo modo, estaremos luchando contra la desigualdad y la pobreza si detrás de los alimentos que consumimos hay más personas involucradas y mejores condiciones de vida y trabajo.