Los malos augurios sobre cómo va a afectar a África la actual pandemia de coronavirus no terminan de abrirse paso. Pero sus sistemas sanitarios miran con recelo la situación en el resto del mundo, puesto que sus habitantes ya han comenzado a sentir las consecuencias de la crisis mundial más fuerte de las últimas décadas.

Hasta mediados de mayo, el balance era ya de más de 2.000 muertes y casi 54.000 contagios en 54 países africanos. Solo Lesoto está libre de covid-19. A la cabeza están Sudáfrica y Egipto, con más de 8.000 contagios, seguido de Argelia, con más de 5.000. Pero con estos datos, y lo que sabemos por experiencia, son todos los que están, pero no están todos los que son. La complejidad del conteo y recepción de datos y la carencia de sistemas para hacerlo pueden influir en las cifras.

A esta tesitura cabe sumar que muchos países en África afrontan la emergencia sanitaria del covid-19 junto a otras crisis humanitarias. Algunas recientes, como la de Burkina Faso, y otras con muchos años, como las de la República Democrática del Congo o Sudán del Sur, vinculadas a conflictos políticos, guerras o desastres naturales como sequías o plagas, y por ende al desplazamiento forzado y el refugio de la población.

Sin embargo, el continente africano también cuenta con algunos puntos positivos, pues juega con algunas ventas a la hora de afrontar esta pandemia. En la mayoría sus países ya se habían tomado medidas antes que en la mayoría de los europeos, cerrando los espacios aéreos a las personas, estableciendo toques de queda de entre 10 y 12 horas al día y restringiendo los actos colectivos.

Por otro lado, África es un continente muy joven, con una edad media de apenas 18 años. La población más vulnerable ante esta pandemia, la anciana, representa menos del 10%. Además, tiene una gran experiencia en la gestión de epidemias, y capacidades instaladas, dada la recurrencia de enfermedades epidémicas.

El sentido de comunidad de la sociedad africana, tan solidaria, es muy potente, lo que facilita la difusión y apropiación de mensajes. Y su capacidad de resiliencia es elevada, acostumbrada a vivir contextos duros.

Pero no hay que olvidar que el riesgo de contagios y muertes es correlativo a los precarios medios de vida de la mayor parte de la población. Los frágiles sistemas de salud, unas infraestructuras insuficientes y poco equipadas y la falta de recursos humanos especializados hacen temer que la capacidad de reacción sea poca. Según la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África (UNECA), más de 300.000 africanos podrían morir por el covid-19.

La capacidad de testeo es baja o casi nula, y la previsión es que los laboratorios sean lentos y se saturen pronto. A ello hay que añadir que muchos los millones de personas viven en áreas rurales, sin acceso a servicios sanitarios cercanos, lo que también dificulta conocer el número de personas infectadas.

Además, en países ya sacudidos por enfermedades endémicas como la malaria, la tuberculosis, o el VIH, cuyos enfermos son colectivos de riesgo cante el covid-19, quizás lo más complejo sea asegurar la continuidad de los servicios sanitarios esenciales, en caso de que los centros colapsen con pacientes de coronavirus. África no puede permitirse posponer la atención primaria de enfermedades habituales, porque en demasiados casos es también cuestión de vida o muerte.

Y a diferencia de lo que ocurre en Europa o Estados Unidos, donde el virus ha golpeado más fuerte hasta ahora, en África la infancia es también un grupo de riesgo. Millones de menores sufren desnutrición y enfermedades respiratorias, que ya provocaban por sí mismas bastantes muertes antes de la aparición del covid-19.