El sumak kawsay o buen vivir (traducción del quechua al castellano) es una concepción andina que tiene su origen y desarrollo en una serie de valores, entre los que destaca la solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad. Es una vivencia, un proceso en construcción basado en un sistema social comunitario, donde los seres humanos vive de y con la naturaleza, en un estado de armonía y equilibrio de toda la comunidad, humana y natural.

El buen vivir hace una profunda reflexión crítica sobre el concepto de desarrollo, concepto que desde sus inicios la política de cooperación internacional ha tenido como marco de referencia de actuación. Este concepto sufre en la actualidad una profunda crisis, ya que a pesar de sus intentos de incluir nuevos adjetivos que alteren su identidad (humano, sostenible...), sigue directa y estrechamente vinculado al crecimiento económico capitalista, dinámica que está poniendo en riesgo la mera sostenibilidad de la vida, como ponen de manifiesto los contextos climático y ecológico.

Es necesario, por lo tanto, un cambio en el planteamiento que la cooperación internacional ha hecho hasta ahora. Hay que abandonar los modelos clásicos basados en la ejecución de proyectos de desarrollo en terreno a través de organismos en el norte, cuyo objetivo principal es el de erradicación de la pobreza, y pensar también en erradicar la opulencia, ya que esta es la causante de la miseria. Para ello tienen que cambiarse los objetivos de actuación, abandonar el concepto de aspirar al desarrollo y pensar más en la lucha contra las desigualdades. Y esto implica no priorizar la pobreza según ámbitos geográficos ni ámbitos de actuación, sino valorar iniciativas que impulsen la cultura del buen vivir, evaluando que se consiguen resultados para mejorar la calidad de las intervenciones.

Hay que mejorar los instrumentos de ejecución de la cooperación, facilitando la apertura a nuevos agentes, porque la tarea de corresponsabilidad hacia una sociedad guiada por el buen vivir implica que este se tiene que construir desde todos los ámbitos y desde todas las formas sociales, y hay que hacerlo desde abajo y en los entornos próximos. Hay que empezar actuando desde lo local pero siempre pensando a nivel global, porque desde lo local es donde los cambios son más efectivos, pero sin descuidar que son necesarias también propuestas globales, ya que estas serán las que impulsarán transiciones a escalas macro.

Son muchas las propuestas que se pueden introducir en las estrategias de cooperación que pueden convertirla en una forma alternativa de hacer lo que hasta ahora se ha venido haciendo, y plantear una verdadera transformación que nos lleve hacia el buen vivir de todos y todas. Unas propuestas son más sencillas de aplicar y son más próximas en el tiempo. Otras requieren un cambio estructural que va más allá de lo que individualmente podamos hacer. Para ello es necesario el empoderamiento de lo colectivo, de la unión de saberes para construir nuevas formas de incidencia en los espacios públicos que de primeras no son accesibles. Ahí está el poder para conseguir un mundo donde el desarrollo tenga otras alternativas posibles que nos permitan vivir en un mundo más justo, solidario, sostenible e igualitario. El buen vivir es el camino para conseguirlo.