Leer el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 5 de las Naciones Unidas le lleva a uno a una especie de desazón. Hay que alcanzar las metas que se proponen en el 2030, como para los demás ODS; pero es que, cuando se mira desde los países empobrecidos, está casi todo por hacer.

Esto es lo que dice el ODS 5.1: «Poner fin a todas las formas de discriminación contra todas las mujeres y las niñas en todo el mundo». Y ya no habría nada más que añadir. Pero en los puntos siguientes se hace un repaso de algunas, que no de todas, las formas de discriminación femenina.

La mujer no cuenta

«Eliminar todas las formas de violencia contra todas la mujeres y las niñas en los ámbitos público y privado, incluidas la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación». Si uno anda por el mundo con los ojos abiertos, enseguida ve que la mujer no cuenta. Siempre en segundo lugar, siempre escondida. Y eso que uno apenas puede ver lo que pasa en el ámbito estrictamente privado. Pero la violencia doméstica está ahí, por todos los lados.

Siempre anima que se dan, aunque sean tímidos, algunos pasos en la erradicación de la violencia contra mujeres y niñas. Uno se anima cuando se encuentra con mujeres que se dan cuenta de que no es normal lo que ocurre, día sí y día también, en su casa y en la casa de la vecina.

«Eliminar todas la prácticas nocivas» contra las mujeres. Valgan dos de ellas como ejemplo: el matrimonio infantil, precoz y forzado, por un lado, y la mutilación genital femenina, por otro.

Me mereció la pena estar en Chad mes y medio por muchas cosas. Una de ellas fue conocer a Elyse y su lucha contra la ablación. «El objetivo de la ablación son las menores de 10 años. Estoy en contra de esta práctica inhumana, cruel y degradante del cuerpo humano en general y de los órganos de reproducción femeninos en particular. La ablación es una lacra de la actualidad. Quiero aportar mi contribución a la lucha contra este fenómeno que desfavorece a la mujer», me contaba.

Elyse fue ablacionada cuando era niña. Ahora es una activista contra esta práctica que ella no considera tradicional de la etnia gulaï a la que pertenece.

«Reconocer el trabajo doméstico no remunerado». Por universal, nos pudiera parecer que es lo normal. Pero sabemos que no lo es. Una cosa es la distribución de las tareas comunes de la casa, y otra diferente es que todo lo doméstico recaiga, sin ninguna crítica, en la mujer y las niñas, como si fuera una obligación por ser mujeres. Hay mucho que hacer es este campo. La educación, en la que Proyde, por misión, tiene un papel importante, es una manera de revetir este pensamiento y esta práctica unilateral.

«Garantizar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva y a los derechos reproductivos». La salud, en general, no es un derecho que esté asegurado en los países empobrecidos. Ir al centro de salud es una decisión que, muchas veces, está tomada de antemano: «no puedo ir, no tengo dinero».

Si es complicado atender una pequeña necesidad sanitaria, qué decir del seguimiento del embarazo y la atención al parto. En datos del informe del 2015 de la ONU sobre la salud reproductiva, la ratio global estimada es que hubo 216 mujeres muertas por cada 100.000 nacidos vivos, el 66% de ellas en el África subsahariana, cuya ratio es de 546 muertes por cada 100.000 nacidos vivos. Y qué decir de los derechos reproductivos. En Proyde apoyamos un programa de prevención del embarazo precoz de niñas y adolescentes en Guatemala. Otra vez vemos la educación como motor de cambio en cuanto al desarrollo.

«Otorgar a las mujeres el derecho a los recursos económicos en condiciones de igualdad». Acceso a la propiedad, control de las tierras, servicios financieros, herencias, etc. En muchos países, las mujeres no tienen derecho a acceder a ninguno de esos servicios económicos. Es el hombre (padre, marido, cuñado, hermano...) quien dispone del patrimonio familiar.

Incluso aunque las leyes ya sean igualitarias, el derecho ancestral se sigue aplicando sin ningún escrúpulo. Es relativamente frecuente encontrarse que, ante el fallecimiento del marido, la viuda no puede disponer de los gananciales familiares. Es la familia del marido difunto, los hombres de la familia del marido difunto, quienes se lo reparten.

La juventud que ha podido acceder al bachillerato o la universidad es cada vez más consciente de que esa manera de actuar debe cambiar. Pero no siempre les es posible enfrentarse a decisiones tomadas por sus familias siguiendo prácticas centenarias.

Ellas lo lograrán

La falta de derechos de las niñas y las mujeres en los países empobrecidos es evidente. La educación, como he comentado reiteradamente, es un camino eficaz para su puesta en práctica. Pero también hay que añadir que el desarrollo de las comunidades empobrecidas, o llega de mano de las mujeres, o no llegará.

Las mujeres han tenido y tienen que soportar toda una injusta falta de derechos, por lo que están en una posición privilegiada para entender cuáles son los males que padece su comunidad y tienen las ideas adecuadas para superarlos. Quizá sólo necesiten un poco de apoyo. Lo demás lo harán ellas. Lo están haciendo.