Es costumbre en nuestros días despotricar de una juventud a la que catalogamos de apática, individualista, desorientada, materialista, frustrada o inane. Craso error. No debemos generalizar por más que hoy sean comunes los casos de adolescentes que viven desconectados de su realidad social; así como enlatados en un mundo que aúna ficción, fantasía y virtualidad, donde la curiosidad queda restringida a la propia pantalla. Por suerte, esta descripción no es más que otra visión distópica y apocalíptica del oscuro futuro que espera a la humanidad si seguimos por el mal camino. Porque, sí, entre los nativos digitales hallamos sobrados ejemplos de vidas concienciadas que merecen ser reconocidas y contadas.

Una de esas existencias es la de Greta Thunberg, la quinceañera sueca que ha irrumpido en la escena mediática para sacudir los cimientos del viejo continente y recordarnos que estamos destruyendo el planeta. Más que un terremoto, esta chiquilla parece un soplo de aire fresco, porque su causa también ha servido para refrendar que, en tiempos de odio y ruptura, los grandes retos globales son más resolubles si permanecemos unidos. Greta es hoy emblema y estandarte de los Fridays for Future, las manifestaciones juveniles que presionan para poner fin a esta triste deriva medioambiental.

Si sorprendente es el caso de la adolescente sueca, el de Ryan Hickman puede incluso superarle: este chaval que todavía no ha cumplido diez años es uno de los directivos de moda en Estados Unidos gracias a la Ryan’s Recycling Company, su empresa con la recupera envases de aluminio, plástico y vidrio para después reciclarlos. Resulta curioso que Ryan idease su negocio cuando solo tenía tres añitos, pero más aún que todo el montante que obtiene de sus transacciones acabe redistribuyéndose en la sociedad. Chapó.

A decir verdad, estos dos muchachos han cogido el testigo de otros tantos niños y jóvenes que han apostado por cambiar las normas imperantes mientras remueven conciencias. No podemos discernir cuánto de juego o inocencia habrá en sus gestos, aunque sí sabemos que conforman el ideal de la juventud. Seguramente, en la cúspide de este panteón está Malala Yousafzai, la pequeña activista que recibió el Premio Nobel de la Paz en 2014. Sin embargo, la gran mayoría son anónimos. Y mal haremos si no reconocemos el tiempo que aportan para mejorar la sociedad. Sí, como aquel monumento al soldado desconocido, hemos de encumbrar su honor, su predisposición, su altruismo y su valentía.

Aquí, en Aragón, somos afortunados por contar con muchos de estos jóvenes guerreros. Como no hacen demasiado ruido, hay que rascar un poco hasta encontrarlos. Agradezcamos su compromiso y su ejemplaridad. Son auténticos superhéroes, la salvaguarda de la justicia social. Aportan luz y esperanza. Recordémosles que no necesitan ser virales o premiados para descubrir que están en el camino correcto. La recompensa está en el interior: es el amor. ¿Les seguimos?.