Los refugiados palestinos se habían mantenido, en general, al margen de las revueltas contra el régimen de Bachar Al Asad, que los había acogido en unas condiciones bastante más aceptables que en países como Líbano. Si bien sus índices de desarrollo no alcanzaban la media de la población siria, gozaban de buena parte de los derechos de los nacionales, incluido el acceso a los servicios sociales.

En origen, los campos de refugiados palestinos estaban situados a las afueras de las ciudades sirias pero, con la expansión urbana, acabaron engullidos por estas. Yarmouk, el mayor de todos ellos, con 160.000 refugiados, era el centro de la vida cultural, religiosa y económica de la población palestina en Siria.

Yarmouk estaba dentro de Damasco, a solo 8 kilómetros del palacio presidencial. Y fue una zona clave para que los rebeldes entrasen hasta prácticamente el centro de la ciudad, pues no había presencia del Ejército sirio. Hubo cierta resistencia, pero los grupos armados se hicieron pronto con el poder. El Gobierno mandó a sus soldados y hubo varios enfrentamientos en las calles del campo, hasta que acabó bombardeándolo.

Huyeron 140.000 refugiados, pero unos 20.000 no pudieron o no quisieron marcharse. Tras los bombardeos, hubo un asedio para acabar con lo que quedaba de la resistencia, pero con esos 20.000 civiles palestinos dentro. Durante casi un año se cortó la entrada de alimentos, agua y asistencia sanitaria. Muchos murieron.

En enero del 2014, la UNRWA logró entrar en Yarmouk, y la estampa que encontraron fue apocalíptica. La gente se echó a las calles para recibir el primer convoy de alimentos.

En el 2015, el campo fue tomado por el Estado Islámico, y la ayuda humanitaria no ha podido regresar.

Yarmouk es solo un ejemplo, es el caso más grave, pero otros campos han sido bombardeados o desalojados, y el 60% de los palestinos vive desplazado dentro de Siria.