-Por fin ha podido visitar a sus hijos en la residencia, después de más de dos meses.

-Sí, por fin fuimos a verlos la semana pasada, guardando la distancia y una sola persona por paciente. Pero en este caso fuimos mi marido y yo, porque nuestros dos hijos viven en la residencia. Ellos estaban en los jardines y nosotros en una sala con una mesa por delante y la ventana abierta, a dos metros. Se llevaron una alegría muy grande. Nos habían visto ya por videollamada, pero al estar tan cerca…

-¿Les han echado mucho de menos?

-Antes, mis hijos vivían en casa con nosotros, pero al hacerse mayores nos dieron plaza en la residencia Vértice de la Fundación José Luis Zazurca, cuando la inauguraron, hace diez años. Aunque están acostumbrados a estar con nosotros porque todos los fines de semana los sacábamos. Cuando los vimos la semana pasada, mi hijo me dijo lo mismo que en las videollamadas: «A casa, ya mamá a casa». Y yo le dije: «Pronto cariño, ahora ya nos vemos, esto irá poco a poco». Estuvimos media hora. A ellos les quitaron las mascarillas para que nos pudiéramos entender mejor, porque su lenguaje no es perfecto. No dejaban de alargar la mano, así que nos echamos spray en los guantes y se la dimos. Cuando ya nos íbamos, mi marido dijo que quería salir a darles un abrazo, y aunque yo le recordé que no se puede, en un momento que me descuidé haciéndoles una foto, lo hizo. Pero había una monitora y entró otra vez. Y luego, cuando nos íbamos, los vimos más de cerca todavía, pero sin achucharnos.

-¿Qué le ocurre a su marido?

-Mi marido tiene 84 años y algo de alzhéimer. El cambio de rutina a raíz del estado de alarma le afectó mucho. Era autónomo para ir a tomar un café y salir todos los días, pero al cortarse todo esto con el coronavirus, y no tener a los hijos en casa, lo pasó muy mal. Ahora se ha recuperado, dentro de esta nueva rutina que llevamos ahora, pero ha pasado días malos. Incluso decía que se iba a su casa porque, como aquí no estaban sus hijos, pensaba que esta no era la suya. Se le ha ido pasando. Lo que más le falla es la memoria inmediata.

-O sea que, su marido ha empezado a depender más de usted, justo cuando Virginia pasaba el covid-19.

-Mi marido ha empezado a depender de mí para ir a todos los sitios. Estaba siempre conmigo y enseguida me echaba en falta. Las horas parecían un día entero y, en estas circunstancias, Virginia cogió el coronavirus. Primero me llamaron porque David tenía unos picos de fiebre y lo consideraban de riesgo, porque toma anticonvulsivos. Le hicieron la prueba y salió negativa, pero estuvo en aislamiento en la misma residencia. Decían que Virginia estaba bien, que tenía alguna decimita, pero bien. Ese día, a las doce de la noche, me llamaron. Pensaba que sería por mi hijo, pero me dijeron que se trataba de Virginia, que la habían trasladado al hospital. Había empezado con fiebre y diarreas y desarrolló neumonía, pero no tuvo que ser intubada ni ingresar en la uci.

-¿Cuánto tiempo estuvo hospitalizada?

-En total, catorce días. La primera semana ya le hubieran podido dar el alta, pero no la dejaban volver a la residencia, ya que tenía que pasar 14 días de cuarentena, así que el médico la mantuvo en el hospital. Me dijo que a casa no se atrevía a mandarla, por el riesgo que corríamos también nosotros, pero tampoco quería mandarla a ningún otro sitio. Después, cuando Virginia volvió a la residencia, estuvo otros catorce días aislada allí. Se ha recuperado bastante bien. Le ha costado un poco más andar porque también perdió peso y masa muscular al estar en la cama. Y a David, la última prueba también le salió negativa.

-¿Le dejaron visitarla mientras estuvo ingresada?

-Eso fue muy horrible. Según el protocolo, al ser mi hija dependiente, podía quedarme con ella, con las precauciones debidas. Si hubiera estado peor, intubada, habría buscado la forma de ir allí, dejando a mi marido aislado en alguna habitación, porque no lo podía dejar solo. Pero el médico me aconsejó que no fuera. Y el personal del hospital militar la trató muy bien.

-¿Cree que el personal sanitario fue más allá de su obligación?

-El doctor Manuel Hernández, médico internista del hospital militar de Zaragoza, fue amabilísimo, me llamaba todos los días, y no solo para contarme cómo estaba mi hija. Me preguntaba por mi estado y el de mi marido. Me decía que Virginia era muy buena y que, con él, había vuelto a beber y tragar. Me comentó que a él ya le conocía por la voz, aunque fuera tapado de arriba abajo, porque el resto de internistas de la planta son mujeres. Le gastaba bromas y sonreía. Aunque la primera videollamada me la hizo una doctora, que se emocionó cuando me oyó cantarle a mi hija y que ella respondía. Fue muy bonito. Todo el equipo, y las enfermeras, fueron muy cariñosos y la animaban.

-Si las tuviera delante, ¿qué les diría?

-Quisiera decir al doctor Manuel Hernandez, y a todo su equipo, que muchísimas gracias por todas sus atenciones y el cariño que le dieron. Siempre estaré en deuda con ellos. Si algún día puedo, iré a conocerlos. El doctor Hernández fue una grandísima ayuda emocional para mí, porque esos fueron los días que peor lo pasé de mi vida. Soy una madre muy agradecida.