La oenegé aragonesa Huauquipura y la asociación cultural ecuatoriana El Cóndor programaron la visita de Patricia Gualinga a Zaragoza. Participó en una charla y la proyección de un documental sobre Sarayaku y una jornada de difusión cultural kichwa. Esta líder histórica defensora de los derechos colectivos de los pueblos indígenas está considerada como una de las mujeres más influyentes en la defensa del medioambiente en el mundo. Fue la primera testigo a la que escuchó la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la audiencia del caso Sarayaku.

-En su visita a Zaragoza dio a conocer la lucha del pueblo de Sarayaku (Ecuador) en contra de la explotación petrolera de la Amazonía. Lo hizo con la ayuda de un documental. ¿Qué enseña Los descendientes del Jaguar

-El documental muestra la lucha de Sarayaku para defender su territorio y cómo el proceso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos donde ganamos el juicio al Estado de Ecuador en el año 2012.

-¿Cómo está actualmente la situación en la región?

-Continúa el interés de nuevas concesiones petroleras, pero también una fuerte resistencia de muchos pueblos que defienden la naturaleza. Mi pueblo sigue apoyando a otros pueblos.

-¿Cómo surgió la lucha y cómo se organizaron para defender su territorio?

-Militarizaron el territorio y el pueblo se defendió con todo lo que tenía, según su capacidad de comunicación y difusión, y en los ámbitos jurídico y político. Ha sido la lucha para sobrevivir de un pueblo indígena que se veía en peligro.

-Finalmente Sarayaku consiguió paralizar las prospecciones petrolíferas en su comunidad y ganar un juicio en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al gobierno ecuatoriano. ¿Cómo ha sido el proceso?

-Ha sido súmamente largo. Hemos tenido que viajar muchas veces a la Comisión Interamericana, que es el filtro previo al paso de los casos que van a la CIDH. Han sido más de cinco audiencias y 10 años en los que hemos tenido que mantener todo el proceso judicial y desmentir en los medios las acusaciones del Estado de Ecuador sobre el pueblo de Sarayaku. Pero finalmente la Corte Interamericana nos dio la razón.

-¿En qué consistía el proyecto y cuál fue la posición del gobierno ecuatoriano?

-Tenían que realizar la exploración sísmica para ver si encontraban petróleo y explotarlo. El gobierno respaldó a la empresa petrolera y por eso envió a las fuerzas armadas y a la policía nacional para que pudieran darle protección. Sarayaku tuvo que luchar y decir que el gobierno no había garantizado los derechos de nuestro pueblo ni los derechos humanos. Ganamos porque el gobierno violentó nuestros derechos pero sobre todo porque omitió algo fundamental: la consulta libre, previa e informada. Este es un derecho internacional que aparece en la Declaración de Naciones Unidas y que ampara a los pueblos indígenas. El gobierno ecuatoriano no lo hizo y por eso la Corte falló en su contra.

-¿Qué supuso ser la primera testigo a la que escuchó la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Sarayaku?

-Fue una responsabilidad muy grande porque después tuve que continuar traduciendo (del kichwa al español) el testimonio de otros testigos y realizar la petición final. Fue un momento en el que me quebré. Sentí el peso y la responsabilidad que tenía encima. Fue un momento duro pero logramos avanzar y estos son los resultados.

-Aún quedan explosivos en la zona...

-En la actualidad hay tonelada y media de explosivos enterrados en una parte del territorio de Sarayaku, que la empresa dejó y la Corte Interamericana falló para que el Estado los sacara. Fue fácil introducir los explosivos pero no sacarlos y hasta el momento no han podido hacerlo.

-¿Cómo es la Amazonía ecuatoriana?

-Sarayaku es un pueblo indígena kichwa de unos 1.350 habitantes situado en el centro sur de la Amazonía de Ecuador. No tiene accesos por carretera y las dos únicas formas de llegar es por vía aérea en avionetas pequeñas de tres o cinco pasajeros o por vía fluvial después de un día. Todavía somos pueblos de economía de subsistencia y aún pescamos y cazamos lo que vamos a comer, pero también cultivamos nuestros huertos. Somos un pueblo indígena en plena selva amazónica donde la gente está contenta y tranquila y es amigable, pero que reacciona defendiéndose cuando ve amenazados sus derechos.

-Forma parte del Movimiento de Mujeres Amazónicas Defensoras de la Selva. ¿Quiénes están y cuál es su propósito?

-El movimiento nació en el año 2013 a raíz de las llamadas «nuevas rondas de petróleo», que estigmatizaban y dividían a las organizaciones. Nuestro fin es la defensa del Amazonas y la defensa de una herencia clara de vida a nuestros hijos. Somos 26 líderes de cada nacionalidad y pueblo indígena. Cuando este grupo de mujeres convoca una marcha pueden salir hasta mil mujeres en la provincia. Son mujeres indígenas que tienen una trayectoria como líderes pero que también han alzado su voz para denunciar los atropellos que han sufrido por la intromisión de las empresas.

-En el año 2000 asumió la gerencia regional del Ministerio de Turismo, pero dos años más tarde renunció a su cargo público para dedicarse desde entonces a la defensa de los pueblos indígenas. ¿Cuáles han sido los principales logros?

-Hemos conseguido que se respeten los derechos de los pueblos indígenas, expulsar a una empresa que quería dañar nuestro territorio y difundir nuestra cultura a nivel internacional. También hemos logrado inspirar a otros pueblos indígenas de que sí se puede luchar con dignidad para defender la Madre Tierra mientras vivimos el cambio climático. Anteriormente nos tenían amedrentados y decían que era un lucha imposible porque eran grandes trasnacionales que dominaban el mundo. Hemos demostrado que se puede actuar bajo los parámetros de las leyes que nos amparan y del derecho internacional.

-Ha sido amenazada de muerte. ¿Ha merecido la pena todos estos años de lucha y defensa del territorio?

-Sí ha merecido la pena. Han intentado amedrentarme y no lo han conseguido. Continúo llevando la voz de las mujeres y de los pueblos indígenas. Nuestra lucha ha llegado a muchos lugares y hemos intentado que otros grupos se vayan incorporando, no solamente desde los pueblos indígenas sino también de la población civil y las iglesias que defienden la Madre Tierra. Hice lo correcto y lo que la conciencia me dictó. Volvería a hacerlo porque no podría vivir en paz sin luchar por una causa justa.