-En abril se cumplen 25 años del genocidio de Ruanda. ¿Ha pasado suficiente tiempo como para hablar de reconciliación?

-Para que se pueda hablar de perdón y reconciliación sí, porque hay algunas iniciativas y ejemplos asombrosos. Para decir que ya se ha conseguido, no. Hacen falta más años, pero se están dando pasos interesantes, sobre todo en el terreno más interpersonal. Hay historias que son ejemplificantes.

-Su libro se centra en las historias humanas y deja de lado los planes gubernamentales e internacionales, que los hay. ¿Por qué?

-Quizás porque soy psicóloga y me interesa esa área. Viajé hasta Ruanda con mi compañera Ángela Ordóñez para conocer las dinámicas psicológicas de los procesos de perdón y reconciliación. Las entrevistas pretendían descubrir cuáles son las claves para ir cambiando personalmente.

-¿Qué contexto histórico y social había en la Ruanda de 1994 para que fuese posible aquella terrible matanza?

-Tras la Primera Guerra Mundial, Ruanda se convirtió en colonia belga, aumentan las desigualdades y se favoreció a un grupo sobre el otro. El 85% de la población era hutu y todos los privilegios estaban copados por el otro 15%, que era tutsi. En 1965 murió el rey, que era tutsi. En las elecciones ganaron los hutus y hubo una revolución muy violenta. Se exiliaron muchos tutsis y se sucedieron tres décadas de ataques en ambas direcciones. En 1990 empezó la guerra civil. Los hutus estaban muy hartos de toda una historia de opresión y esclavitud, y los tutsis lo estaban de los ataques tan brutales que estaban sufriendo. En medio de esta tensión, el derribo del avión del presidente, que era hutu, fue el detonante del genocidio de los hutus radicales contra los tutsis y los hutus moderados, que se negaban a matar.

-Con un odio larvado durante generaciones, ¿qué primeros pasos se han podido dar para caminar hacia la reconciliación?

-En los primeros años después del genocidio, nadie hablaba de perdón ni de reconciliación. Fue alrededor del año 2000, cuando salieron los primeros prisioneros. El presidente estableció que debían regresar sus comunidades de origen, a convivir en el mismo vecindario agresores y víctimas. La primera iniciativa fue de una parroquia del sur del país, donde el párroco se dio cuenta que la gente llevaba muy mal que los prisioneros volvieran a la iglesia y empezaran a comulgar a su lado, o que los hijos fueran a la escuela junto a los suyos. Para las víctimas era como si ahí no hubiera pasado nada. Aquel cura estableció el primer programa de reconciliación, que luego se fue extendiendo por el resto de parroquias. Después llegaron las iniciativas gubernamentales y muchas otras laicas. Al poco, el Gobierno creó una unidad nacional para el perdón y la reconciliación nacional. Hoy día tiene su propio ministerio, se suceden los homenajes y los memoriales y se habla de reconciliación muy frecuentemente. La gente tiene muy interiorizado que tienen que trabajarla.

-Cuenta usted que Ruanda está «escribiendo una de las páginas más bellas y profundas sobre la reconciliación». ¿Qué belleza puede hallarse tras tanto horror?

-Es ahora cuando encuentro la belleza, que sale de la capacidad del corazón humano para perdonar y para superar el horror. Eso es impresionante cuando lo ves. Fuimos haciendo entrevistas por parejas. En alguna de ellas, él había agredido a la familia de ella; en otra, uno había matado al hermano pequeño de aquel; y te contaban el camino que habían hecho juntos, el uno para perdonar y el otro para perdonarse a sí mismo, y así poder buscar la reconciliación. Y ahí es donde está la belleza, en el hecho de plantearte que no puedes vivir odiando. Ellos tienen muy presente a la comunidad. Y al país no le beneficia en nada que uno siga odiando. Por la comunidad, por la familia o por el grupo, uno se mete en un camino lento y difícil de reconciliación. Lo bello es que somos capaces de algo más que el ojo por ojo y diente por diente. Tiene que haber justicia, pero luego podemos ir más allá, empezar a dar otros pasos de reconciliación, siempre con las víctimas como protagonistas. Cuidándolas, pueden pasar de víctimas a supervivientes.

-Es difícil perdonar al otro pero, ¿perdonarse a uno mismo?

-Eso es lo que más me interesaba. Algunas de las personas que entrevistamos nos dijeron que solo en la cárcel, pensando y pensando, se dieron cuenta del horror que habían cometido. Porque cuando estaban metidos en la obediencia y el miedo, simplemente, iban haciendo. Cuando ya no les sirve aquello de que solo obedecían órdenes, es cuando entienden que podían haber hecho otra cosa y no la hicieron.

-¿Asumir la responsabilidad propia es el paso previo al perdón a uno mismo?

-Primero hay que darse cuenta de lo que uno ha hecho mal, y no negarlo, quitarle importancia ni justificarlo. Y luego viene el proceso que te tiene que llevar a pedir perdón. Porque si el perdón se queda solo en ti mismo, es incompleto. Tienes que tener ese momento de encuentro para decirle a la otra persona: ‘lo siento’. A mí me interesaban más las entrevistas con los agresores, porque ya he visto otras historias de perdón. Todos me dijeron que primero tenían que perdonarse a sí mismos, y solo desde ahí podían ir a pedir perdón. Pero el orden de los elementos puede cambiar bastante en función de la cultura en que nos hayamos criado.

-¿Qué lecciones puede aprender España, donde algunas heridas siguen abiertas 80 años después de la guerra civil?

-Aquí se ha descuidado a las víctimas. Y también los pasos de la verdad y la justicia. La reconciliación se ha pretendido entender mirando para adelante como si aquí no hubiera pasado nada. Pero eso es un error. Hay que mirar atrás para no volver a repetirlo. Lo seguimos haciendo mal, y van heredándose odios y rencores porque no se han desinfectado las heridas. A veces, los procesos de reconciliación no terminan cuando todos estamos de acuerdo con la versión del otro, sino cuando la toleramos. A veces es imposible llegar a una versión común. Pero para eso hay que escuchar al otro y dialogar. Y aquí lo que se ha hecho es tapar. Hay víctimas heridas que sienten que no se les ha reconocido el dolor en ambos bandos. Cuando yo dije que me iba a Ruanda, casi todo el mundo alrededor me preguntaba que en qué iba a ayudar. Pero yo respondía que no iba a ayudar, sino a aprender, porque tenemos mucho que aprender de África. Y, en Ruanda, esta parte de la reconciliación la están haciendo muy bien.