Que a través de elecciones cotidianas le damos forma al mundo ya no se duda. Preferir desplazarse a pie o en bus incide en la forma de las ciudades. Apagar luces innecesarias se refleja en la salud del paisaje que nos rodea. Dedicar tiempo a cuidar un huerto en lugar de entretenerse en streaming imprime una huella muy diferente sobre nuestras vidas, nuestro presente y, sobre todo, el futuro.

Desde que supimos de la tormenta sobre Nueva York que puede ser provocada por el aleteo de una mariposa hongkonesa, no hay dudas sobre el poder de pequeños gestos para provocar grandes cambios. De hecho, son tal vez lo único que puede transformar este sistema crepuscular en un mundo sostenible y justo.

Las elecciones de consumo afectan igualmente a la realidad que nos rodea, que nos conforma a corto y largo plazo. No es solo que la vida de nuestras calles dependa en parte del apoyo al comercio local que ofrezca nuestra compra. Toda la cadena de producción, comercialización y gestión de residuos tiene consecuencias en la manera de vivir y relacionarnos. La economía circular, la bioeconomía, la economía solidaria, apoyadas por estudios multidisciplinares, opiniones expertas y la fuerza de hechos como el cambio climático o el crecimiento de las desigualdades, proponen alternativas a la vez que alertan del peligro para personas y medio ambiente.

Por ejemplo, el consumo de bienes sin tener en cuenta su origen o la ubicación de su producción termina por sumir nuestras vidas en un urbanismo ‘de alta velocidad’, logístico, con vías de circulación impensables desde la óptica peatonal, que conectan no-lugares de la industria en los que apenas se divisan signos de vida y donde la regla es la precarización del trabajo para adaptarlo a la competitividad. Un gesto pequeño no altera radicalmente este orden de las cosas, pero sin pequeños gestos que permitan la existencia de alternativas reales, no hay otra opción que continuar hacia lo que parece ser un colapso civilizatorio. Si es que no estamos ya en una emergencia total.

Gestos a nuestro alcance es lo que las redes de economía solidaria vienen proponiendo para permitir ser el cambio que queremos ver. Su más reciente propuesta es #ConsumeDentro, una campaña para fortalecer el circuito económico denominado mercado social, mostrando la madurez de las alternativas y la variedad de bienes y servicios que pueden adquirirse con un consumo responsable.

La intención es vincular iniciativas transformadoras alrededor de este circuito y agrupar a consumidoras y productoras en una economía solidaria con las personas, y no el lucro, como centro de sus preocupaciones. Porque conectar a esos pequeños grupos de personas comprometidas en cambiar el mundo es quizás la única manera de provocar el cambio antes de que sea demasiado tarde. H