En un mundo en el que casi todo se mide en términos económicos, hemos fijado un precio para todo lo que podemos adquirir, vender o donar. Y hemos establecido el límite de nuestra solidaridad material, la cuantía de la que podemos llegar a desprendernos para ayudar a quienes nos necesitan. Sin embargo, asistimos a un importante cambio social y cultural: la realidad nos empuja a valorar otros factores, por primera vez incluso por encima de lo económico. Nos hemos dado cuenta de que uno de ellos, el tiempo, tiene un valor especial que lo hace único: permite que cualquier cosa se pueda realizar, pero también es un recurso que, una vez perdido, nunca se recupera. Por eso queremos invertirlo en algo que merezca la pena.

¿Qué puede merecer la pena más que las personas? Los demás y nosotros mismos. Cuando ofrecemos nuestro tiempo al prójimo, también nos lo estamos regalando, porque en ese tiempo sentimos, vivimos, aprendemos y experimentamos. Mientras la mayoría sigue pensando que el altruismo se concreta en moneda corriente, cada vez un número mayor de personas está descubriendo el regalo mutuo que supone ofrecer su tiempo como donativo: voluntarios que emprenden diferentes actividades de ayuda a sus semejantes en situación de necesidad, y que a cambio reciben experiencias, sensaciones y vivencias, con las que benefician a otros y, del mismo modo, se enriquecen personalmente.

Ofrecer el propio tiempo es una opción versátil de ser solidario, que permite múltiples formas de colaborar en la construcción de un mundo más justo: la asistencia a las víctimas de un desastre natural, la participación regular en tareas o proyectos, el desplazamiento a países en vías de desarrollo, el apoyo a las actividades de las entidades que trabajan para lograr una mayor sensibilización y fomento de los valores humanos, etc. Todas ellas son posibles vías de invertir tiempo y extraer resultados que se rentabilizan sobre las personas y su desarrollo, haciendo posible tender puentes entre las personas y crear espacios de atención, apoyo y progreso colectivo.

Es habitual escuchar a quienes ya lo han probado que, lejos de arrepentirse o considerarlo una inversión, lo sienten como un regalo hacia sí mismos, y muchos lo convierten en una rutina periódica, lo que lleva a pensar que algo de eso debe de haber. Es, cuando menos, interesante ver cómo el proceso se vive como algo muy motivador por casi todos los voluntarios, que suelen expresar su emoción ante lo experimentado, especialmente si pueden hacer mención de lo aprendido en el transcurso de una vivencia de este tipo.

Donar tiempo no es solo eso: es mostrar a otras personas que son importantes, que tienen dignidad y que se les reconoce como acreedoras de atención y del derecho a mejorar su vida, a recibir el cariño de otros y, en definitiva, a sentir esperanza, lo que puede aportar mucho más a su sonrisa que una cuantía económica. Solo es cuestión de permitirnos expresar la sensibilidad humana.