María Pilar Comín es la fundadora y alma mater de la asociación Zuera Solidario, que lleva casi cuatro décadas ayudando a sus vecinos del pueblo, y a cientos de personas a las que nunca pondrá nombre ni cara. Su vocación de trabajar por los demás le viene de familia, y empezó siendo una adolescente.

Tanto sus padres como los del que entonces era su novio, hoy su marido, participaban activamente en la asociación de vecinos de Zuera. Eran los primeros años 80, y una joven María Pilar comenzó a echarle una mano a Berta Lanuza, la socia que se ocupaba de organizar las campañas solidarias en la entidad vecinal. Con el tiempo, acabaría tomándole el relevo, pues ahora Berta es ya muy mayor.

«De ella aprendí a ayudar a los demás», asegura Comín. «Mi madre me cuenta que cuando eran jóvenes y alguien necesitaba un medicamento que no había en Zuera, se marchaba a buscarlo a Zaragoza. Iba en moto, en aquellos tiempos. Era una mujer adelantada a su tiempo», recuerda. «Viajaba mucho a Cuba y siempre llevaba la maleta cargada de aspirinas. Yo le ayudaba a pedírselas a los vecinos y amigos».

Ese fue su entrenamiento. Pero hubo un momento clave en la trayectoria solidaria de esta mujer, algo que hizo un click en su cabeza, y que cambiaría su forma de ver la vida para siempre. Ella tenía 16 o 17 años, y había un conflicto armado en Oriente medio.

«Creo recordar que era la guerra de Irán e Irak. Vi en el telediario unas imágenes de unos niños sentados en un carro rodeado de nieve, que iban descalzos. Me enteré de que el Ejército fletaba desde El Portillo un tren cargado de ayuda. Llené seis o siete cajas con zapatos, mantas y ropas de abrigo que les pedí a unas amigas de mi madre, y las llevamos a la estación en la ranchera que tenía Berta. Cuando entregamos todo, me sentí tan bien al pensar que iba a poder ayudar a aquellas personas, que ya nunca he dejado de hacerlo», rememora.

«Después comencé a ayudar a los transeúntes -prosigue-, y así empezó a conocerme la gente, hasta que me pidieron colaboración los servicios sociales de Zuera», con los que continúa cooperando a día de hoy.

La inquietud de esta vecina por ayudar a los demás llegó a oídos de los curas del Colegio San Gabriel de la localidad, y un misionero llamado Julián contactó con María Pilar para que le echase una mano en la tarea que se había propuesto: llenar un contenedor logístico -de los que se transportan tanto en tráiler como en tren y barco- de ayuda humanitaria para Honduras.

Acabarían llenando quince contenedores. La respuesta del pueblo fue tan grande que aquello no hubiera posible si María Pilar no hubiera conseguido involucrar a Fernando Marcén, que por aquel entonces era el presidente de la cooperativa agrícola de Zuera, quien les cedió un local como almacén para guardar los productos donados. Aún llenarían un décimo sexto contenedor, que fue a parar a Perú.

Empezó ella sola, pero en todos estos años ha conseguido implicar a mucha más gente, y no solo a los socios de la cooperativa. Si se le pregunta que a cuántos vecinos de Zuera ha podido llega a movilizar con sus campañas, responde con un rotundo: «Todo el pueblo».

Actualmente, Zuera Solidario cuenta con veinte voluntarias fijas, que hasta la llegada de la pandemia se reunían todos los miércoles por la tarde. Otro fiel colaborador es uno de los funcionarios de la macrocárcel de Zuera, institución con la que la asociación mantiene una relación constante.

Pero cuenta con muchas más colaboradoras por toda la comarca, e incluso en Huesca, que confeccionan ropa, compresas ecológicas y, últimamente, mascarillas. Su equipo crece cada año. Y todo lo hacen sin manejar un solo euro, ni público ni privado. Solo ayuda en especie, y mucha dedicación.