Desde que la guerra en Siria emepezó a cobrar dimensiones de tragedia humanitaria, muchas han sido las iniciativas solidarias de la sociedad aragonesa con las víctimas de este conflicto, de cuyo comienzo se cumplirán siete años a mediados de este mes de marzo. Pero pocas tareas tienen la envergadura de la que, desde el pasado mes de noviembre, desarrolla Arapaz. Fue entonces cuando esta oengé, especializada en ayuda humanitaria, se hizo cargo de la gestión y el suministro de uno de los campos que acogen a los refugiados que han tenido que huir de Siria.

«Llevábamos tiempo intentando trabajar con refugiados sobre el terreno. Ya estuvimos en abril del año pasado ejecutando un proyecto financiado por la Diputación de Zaragoza en Idomeni (Grecia). Y, en Bulgaria, ejecutamos también a finales de año un proyecto para llevar ayuda humanitaria a los refugiados por valor de 30.000 euros, financiados por la Diputación de Huesca», explica Agustín Gavín, presidente de Arapaz.

En octubre del año pasado, durante un viaje de trabajo a Líbano, la organización islamista moderada europea Muslim Relief puso en contacto a la oenegé aragonesa con «una especie de Cáritas musulmana», apunta Gavín. Al Abrar Islamic Charitable Association se ha convertido desde entonces en el socio local de Arapaz en Líbano «porque, para trabajar sobre el terreno, la experiencia nos dice que hay que ir a lo seguro y buscar contrapartes que sean buenas gestoras».

Conseguido un socio local fiable, Arapaz ya tenía un pie firmemente asentado en Líbano, gracias a Al Abrar. «Ellos nos indicaron cuál era el campo que estaba más desatendido, pues era uno de los más recientes». Y fue dicho y hecho. A principios del mes siguiente, la organización aragonesa se hacía cargo del campamento de Abrar, situado en las inmediaciones de la ciudad de Barelias, en el valle de Bekkaa, al pie de la carretera que une la capital libanesa (Beirut) con la siria (Damasco).

A la hora de ponerse a trabajar, las oenegés han de sopesar que pisan un terreno, cuanto menos, complejo. «Es un país desestructurado», valora Gavín, «que hasta hace cuatro días no tenía ni presidente del Gobierno», un cargo para el que se turnan chiís, sunís y maronitas, en un complicado ejercicio de equilibrio supervisado por la comunidad internacional. «Como dijo un politólogo, si a ti te han explicado Líbano y lo has entendido, es que te lo han explicado mal», bromea.

A pesar de esto, Líbano es un país acostumbrado a acoger refugiados puesto que, desde finales de los años 40 del siglo XX, da asilo a los palestinos que tuvieron que escapar de su tierra tras la primera guerra árabe-israelí. Pero está colapsado. «Con 4 millones de habitantes -señala Agustín Gavín-, las cifras oficiales hablan de 1,2 millones de refugiados, pero hay más. Nosotros calculamos que van a llegar a los dos millones».

Cuando los sirios empezaron a escapar de las masacres, hace casi siete años, los primeros refugiados fueron recibidos en condiciones dignas. Pero no ha sido así con los que han ido llegando más tarde. Muchos de estos últimos «se ven obligados a pagar un alquiler por instalarse en tiendas de campaña en condiciones lamentables, con lo cual tienen que ponerse a trabajar», explica Gavín. Y ahí es donden están viniendo las tensiones con la población local.

La primera fuente de ingresos de Líbano son las remesas de su enorme diáspora, repartida por todo el mundo, y la segunda, la agricultura. Es también el único sector en el que pueden aspirar a trabajar muchos jóvenes sirios, casi niños, que han de costear el alquiler de los campos de refugiados y mantener a las mujeres y los ancianos. La mayoría de los hombres adultos se quedaron combatiendo en la guerra.

«El problema es que han hundido el mercado laboral», ilustra el responsable de Arapaz. «Solo en el valle de Bekaa, donde está el campo que nosotros atendemos, hay unos 800.000 refugiados, distribuidos en núcleos de 200 o 300 personas. Y el problema es que están compitiendo con los libaneses por los puestos de trabajo en el sector agrícola, con lo cual se están generando muchos problemas de xenofobia con los libaneses».

En el campamento de Abrar viven 60 familias, unas 300 personas. Arapaz les facilita alimentación, material escolar y combustible para la calefacción. De impartir las clases se encarga población local. La contraparte ya había puesto los barracones que sirven de colegio, y la organización aragonesa ha ido adquirido en el país el material escolar.

«A Líbano es muy complicado llevar ayuda humanitaria, debido al control israelí en el puerto de Haifa. Por eso es más fácil adquirirla sobre el terreno. Para eso seguimos las indicaciones de nuestra contraparte. Ha sido una suerte coincidir con ellos», afirma Gavín.

Arapaz se ha volcado también en buscar financiación para comprar gasoil para la calefacción. «Nuestro campo está situado a una altura similar a la que tiene Jaca y, desde finales de octubre, comienzan las nevadas. Noviembre y diciembre fueron meses muy duros», asegura.

La oenegé aragonesa tiene previsto permanecer al frente de la gestión del campo de Abrar mientras dure la guerra. «Esperamos que acabe pronto. Pero, visto que cada vez que empiezan las conversaciones de paz vuelven las bombas, la guerra no acabará hasta que dirigen el mundo decidan que ya es hora de ponerle fin», lamenta.