El pasado 20 de junio de 2019, Irán derribó un dron norteamericano en el área del Estrecho de Ormuz. Ya de por sí, la noticia resultaba ser de destacada importancia en un momento de gran tensión ente las dos naciones. El estado persa acababa de atacar un tipo de arma no tripulada, cuyo control se realiza de manera remota. Mientras Estados Unidos abortaba un ataque militar, se daba luz verde a ciber-ataques sobre infraestructuras críticas persas. Estos hechos nos acercan a una realidad que ya no es futura, sino que resulta ser un auténtico presente de las armas autónomas (robots o precisión en el uso de los algoritmos, entre otros) y que están modificando la manera y forma de hacer la guerra.

Los actuales avances tecnológicos en armamento están conllevando una menor intervención humana y la posibilidad de adoptar decisiones sobre su uso fuera del campo de batalla. Estas armas son ya una realidad que muchos estados están comenzando a desarrollar, como el caso británico con su proyecto Tempest (los primeros aviones de combate autónomos). En el caso norteamericano, se están madurando proyectos de enjambres de drones autónomos. Sin olvidar la capacidad tecnológica militar rusa, en la que cabe destacar el desarrollo de submarinos no tripulados (Poseidón).

Todo nuevo avance en este ámbito, tanto en su creación como en su uso e impacto -ya no solo sobre los combatientes sino también sobre la sociedad civil, que se ve afectada de lleno en el conflicto-, concita serios problemas morales y éticos. Un ejemplo que nos brinda nuestra historia contemporánea es el uso de gases venenosos durante la Primera Guerra Mundial, que generaron un gran debate ético en la sociedad internacional y que llevó a la adopción de diferentes convenciones sobre su prohibición y desarrollo (cabe recordar el Protocolo de Ginebra de 1925).

Hasta el momento no se cuenta con un convenio sobre la prohibición de las armas autónomas. En 2018 tuvo lugar una reunión sobre dicha cuestión en Ginebra -donde participaron un total de 82 naciones junto con agencias de la ONU, así como el Comité Internacional de Cruz Roja-, y en la que quedó demostrado la enorme preocupación por dicha cuestión y como se establecía en el centro del debate el concepto del control humano sobre la gestión de armas.

El tema se mantiene abierto. Como bien indica el Comité Internacional de la Cruz Roja «(…) la responsabilidad moral de las decisiones de matar y destruir no puede delegar en máquinas, el control significativo, efectivo o apropiado sería el tipo y grado de control que mantiene la acción y la responsabilidad humanas en estas decisiones». Mientras este debate madura en la comunidad internacional, por nuestros cielos sobrevuelan drones y nuevos proyectos de armas autómatas son desarrollados sin una base ética y moral y sin el adecuado respaldo legal a nivel global.