Si existe un instrumento apropiado para calibrar cómo la pandemia ha afectado a las capas más vulnerables de la sociedad zaragozana, ese es sin duda el equipo de infancia y familia de Cruz Roja Española en Zaragoza, que ha vivido cómo la crisis sanitaria se transformaba rápido en emergencia social. Darle respuesta ha exigido un esfuerzo titánico, tanto al personal técnico y como al voluntariado. «Hemos atendido a muchas familias nuevas, que hasta marzo no habían necesitado de nuestros servicios», señala Sonia Cubero, trabajadora social que forma parte del citado equipo de Cruz Roja. Basta con un dato para hacerse a la idea. Si, normalmente, esta oenegé atiende en Zaragoza a unas 300 familias al mes, durante el estado de alarma, el número de atenciones subió como la espuma, hasta alcanzar las 2.500.

El teléfono no paraba de sonar, y el centro de operaciones de la capital aragonesa tuvo que triplicar el número de teleoperadores. La entidad recurrió a sus voluntarios más jóvenes, y además reforzó el servicio con el llamamiento #CruzRojaResponde, a través del cual llegaron nuevas altas de voluntariado, con las que se pudo hacer frente a la nueva situación.

Durante el periodo de cuarentena, el seguimiento telefónico realizado a los núcleos familiares a los que apoya la entidad ha sido constante. Con la ayuda de psicólogos y trabajadores sociales, se intentaba «minimizar la situación de ansiedad de las familias. Muchas, con cuatro o cinco miembros, han tenido que pasar los tres meses de confinamiento todos juntos la habitación en la que viven realquilados», apunta Cubero, para ilustrar el angustioso encierro que han vivido algunos de los beneficiarios de los programas de Cruz Roja en Zaragoza.

Las ayudas de urgencia han sido una constante. Se han repartido alimentos y medicinas a domicilio, e incluso se han realizado transferencias económicas en forma de tarjetas de alimentación o para afrontar el pago de suministros básicos, como gas o electricidad. Este dinero se entrega tras una valoración profesional, siguiendo los criterios marcados por Cruz Roja Española.

Entre los numerosos frentes que se abrieron para esta organización humanitaria, uno de los más acuciantes fue el de la infancia. En Zaragoza atiende a niños y jóvenes de entre tres y diecisiete años, muchos de ellos de familias inmigrantes. Además de las dificultades con el idioma, si acaban de llegar al país, «les cuesta adaptarse al colegio, a las normas, a las diferencias culturales…», explica la trabajadora social.

Además, «muchas familias no pueden costear el material escolar ni los libros que les exigen en el colegio. Y ahora les mandan muchos deberes interactivos, para que para lo que se requiere conexión a internet en el domicilio, y un ordenador o una tableta con unas características mínimas para poder entrar en las aplicaciones que utiliza el profesorado», añade.

Pero esto no siempre es posible. Para el 36% de los menores que atiende Cruz Roja, ninguno de los adultos de su familia tiene trabajo estable, y en el 34% de los casos, solo lo tiene uno de los componentes de la unidad familiar. “Y muchos tienen unos trabajos tan precarios que, a pesar de estar trabajando de ocho de la mañana a diez de la noche, no llegan a cobrar ni 800 euros. Y a las familias monomarentales, tener que cuidar a sus hijos les dificulta más la búsqueda de trabajo», lamenta Cubero. Muchas de estas situaciones se han visto empeoradas con los ERTE y los despidos.

Durante el confinamiento, Cruz Roja ha facilitado a estos niños todos los medios para que pudieran continuar el curso escolar, con la entrega de equipos informáticos, desde ordenadores hasta tabletas, pasando por tarjetas SIM para que pudieran conectarse a internet, ya que bastantes de las familias atendidas por esta entidad no pueden permitirse pagar la cuota mensual de la fibra óptica.

Este equipamiento también ha permitido a los estudiantes continuar con los programas de refuerzo escolar. En situación normal se ofrecen en cinco barrios de Zaragoza, «para los chavales que más dificultades tienen, dos o tres tardes a la semana, en función de la necesidad y de su situación familiar», apunta Sonia Cubero.

«También tratábamos de hablar dos o tres veces a la semana con ellos a través de las tabletas que les repartimos para hacer los deberes, para ver cómo llevaban el confinamiento», agrega. Y varios centros escolares de distintos puntos de la provincia solicitaron la ayuda de Cruz Roja para el reparto de las tareas. Los profesores preparaban el material y la entidad los entregaba a domicilio.

Además, se han repartido materiales para hacer juegos y manualidades en familia, «para evitar que estuvieran todo el día con la televisión o el móvil». Y ahora se están organizando grupos de unas cinco madres para, con ayuda de una psicóloga y una trabajadora social, combatir la ansiedad y volver a la normalidad. Y es que hay adultos y niños que, tras meses encerrados y oyendo noticias sobre la pandemia, «ahora tienen miedo de salir a la calle y hacer algo tan normal como jugar en el parque». Son las secuelas de una situación complicada.