-¿Cree que el querer dedicarse a los demás es algo que se lleva innato?

-Creo que sí, pero eso no se improvisa, se vive desde la niñez. En mi familia recibí valores como la justicia, la igualdad y el amor a los demás, que han ido conformando mi vida. Vengo de una familia de catorce hermanos donde se nos enseñó a ser solidarios, sensibles a las necesidades de los demás y a vivir en igualdad. Además, siempre participaba en la parroquia y a las actividades del pueblo. Esas fueron mis raíces.

-¿Cómo conoció el IMS?

-Detecté desde muy pronto los deseos de comprometerme en algún grupo que me ayudara a potenciar mis inquietudes, pero hablaba con mucha gente sin encontrar apoyo. Un día un tío mío, profesor en la Universidad de Salamanca, me habló de las misioneras seculares, y me invitó a ir allí a conocerlas. Estuve una semana en la Casa de Espiritualidad y me encantó el ambiente. Eran mujeres preparadas intelectualmente, entregadas y con una apertura muy grande a la realidad cambiante en la sociedad y en la Iglesia. Volví entusiasmada a mi pueblo.

-¿En qué momento se unió al grupo?

-Esos años fueron de muchos cambios en mi familia y nos trasladamos a vivir a La Almunia de Doña Godina, donde me olvidé un poco de mi inquietud personal y me centré en el trabajo y en el apoyo a la familia. De forma muy accidental, en el hospital clínico de Zaragoza donde estaba mi hermana ingresada, conocí a una persona del IMS. Desde ese momento inicié un contacto más intenso con este grupo, que me convenció por su entrega, estilo de vida y su fraternidad conmigo y con mi familia que vivía un mal momento con el fallecimiento de mi hermana. Así comencé mi periodo de formación en el IMS.

-¿Cómo tomó la decisión de irse de misiones? ¿Fue difícil?

-Programé un viaje a ver a un hermano misionero en Honduras y me fui 40 días a compartir con él y sus compañeros. Sin duda ese viaje cambió mi vida. Ver la pobreza en la que vivían los campesinos, aproximarme a ese mundo de la marginación, cambió totalmente mi forma de ver la vida. Al regreso a España me planteé un cambio radical para ser fiel y dar una respuesta más coherente a mi opción. Un grupo de misioneras de Colombia habían solicitado apoyo a España, preferentemente con preparación en algún oficio, para desarrollar un trabajo con comunidades empobrecidas y con mujeres, y esto fue definitivo para reafirmar mi decisión.

-Me imagino que los primeros meses en Colombia serían muy duros. ¿Fue muy distinta la realidad que se encontró?

-Mucho. Encontré un grupo de misioneras muy entregadas y con muchos proyectos a desarrollar. Vivimos en una casa muy sencilla, muy pobre y con muchas carencias, pero éramos felices en esta misión. Tuvimos muchas dificultades. Nos robaron varias veces. Pero todos estos hechos nos ayudaron a desprendernos, a reflexionar, a vivir con menos cosas y a caminar con los pies descalzos. También fue necesario cambiar muchas cosas para adaptarnos a la cultura del pueblo colombiano.

-¿Cómo empezó su contacto con los barrios más pobres?

-Conocimos a una vecina que tenía una amiga en sector El Codito, así que fuimos a visitarlo. Salían niños y mujeres de todas partes. Los hombres estaban en el campo. Ellas se quedaban a defender los cambuchos -chabolas- de los que querían desalojarlos. Estaban hechas de lonas y palos. Entonces vimos que nuestra primera labor allí debía ser la de ayudarles a construir espacios dignos para vivir. Esos terrenos eran del estado y la población que llegaba venía de los campos, huyendo de la violencia y con la necesidad de buscar colegios para sus hijos. No tenían otra salida que tomar esos terrenos.

-¿De dónde sacaban la financiación para construir las casas?

-Comenzamos con un fondo rotatorio de dinero para que comenzaran a construir sus casas de ladrillos. Un sacerdote de una parroquia en España recolectó dinero para este fin. Organizamos a catorce familias y distribuimos el dinero en un fondo rotatorio para conseguir materiales. La mano de obra se hacía por solidaridad entre ellos. Cuando devolvían el dinero, rotaba a otra familia, y así fue desarrollándose el barrio. Mientras tanto, estábamos capacitando a las mujeres. Lo que ellas querían era formarse para crear una empresa de confecciones que les permitirá elaborar los uniformes de sus hijos. Y capacitarse en peluquería para arreglar a sus hijos sin necesidad de gastar plata. De este trabajo comunitario y organizativo se formó Copevisa en 1993, una cooperativa que hoy sigue dando trabajo a un grupo de mujeres del sector.

-Actualmente, ¿cuál es la situación de El Codito?

-Con los esfuerzos de los líderes comunitarios, hemos conseguido que nuestros 17 barrios tengan la legalización de sus terrenos y estén reconocidos por el estado. Tenemos todos los servicios básicos y un desarrollo ejemplar dadas las condiciones del territorio. Además, hemos trabajado en abrir espacios para los jóvenes a nivel cultural que permitan prevenir la drogadicción o el abandono escolar. Conseguimos que la alcaldía local nos cediera una casa para desarrollar allí el proyecto comunitario. Asimismo, potenciamos actividades para la construcción de una cultura de paz y reconciliación, nada fácil, dada la limitación económica. Nuestra cooperativa tuvo un reconocimiento de la alcaldía mayor de Bogotá con el primer premio Por una Bogotá Mejor.

-¿Alguna vez le han impedido esa labor?

-Siempre que se trabaja con una población empobrecida se viven muchas dificultades y sobre todo hay trabas cuando la misión es denunciar la injusticia. También al vivir en un territorio así, se dan envidias y rivalidades que no dejan que se desarrollen por distintos intereses de castas o grupos que defienden sus intereses, pero nada que me haya paralizado mi trabajo por los más pobres y sus intereses.

-¿Nunca se ha sentido débil?

-En muchas ocasiones, son 30 años ya. Pero cuando se ha interpuesto alguna piedra en el camino, siempre ha pasado algo o ha habido alguien que nos ha ayudado a continuar. Y lo más importante es que esta misión no es personal, cuento con un equipo de trabajo detrás. Ayudar a los demás y ver como las personas crecen, se desarrollan, salen adelante... es la mejor recompensa.