- ¿Qué tal sienta el reconocimiento?

- Sienta muy bien. Es una alegría en estos tiempos en los que no abundan. Estoy muy contenta porque viene de donde viene, de la Federación Aragonesa de Solidaridad (FAS), que yo valoro tanto. Ahí sí que está la gente solidaria. Me da una gran satisfacción, aunque por otro lado también pienso: una trayectoria quiere decir que el tiempo pasa.

- ¿Junto a quién la ha recorrido?

- Aparte de mi familia, colectivamente, con mis compañeros y compañeras de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP), con toda la gente del Colectivo por la Paz y el Desarme, de la revista En pie de paz , las Mujeres de Negro, la Internacional de Resistentes a la Guerra (IRG) y las amigas de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF en inglés).

- ¿Qué vínculos la unen al mundo de la cooperación aragonesa?

- En el SIP se hace una tarea de reflexión colectiva en la que los temas que trabajan las organizaciones de la FAS están muy presentes: los derechos humanos, la sostenibilidad medioambiental, la ayuda humanitaria, la incidencia política… Y, además, muchas de las personas que están en las entidades de la FAS participan en sus cursos y debates. Pienso que pertenecemos a un mismo mundo de solidaridad, en el que la reflexión es muy necesaria.

- ¿Qué aportan estas organizaciones a la investigación para la paz?

- La experiencia práctica de conocer los problemas sobre el terreno. Dan concreción a cuestiones que no pueden estar solo en los libros y los artículos, porque saben cuáles son las necesidades específicas y traen personas a los debates de la ciudad que ponen rostro a personas empobrecidas o víctimas, que nos enriquecen a unas y otras, sobre todo a quienes podemos no serlo.

- La FAS representa a la cooperación descentralizada aragonesa, cuya financiación desde las administraciones local y autonómica está cuestionando algún partido. ¿Debería quedar restringida a los Presupuestos Generales del Estado?

- No debería perderse porque es un tipo de cooperación que pone a los seres humanos en el centro y nos pone en conexión. Es donde están los vínculos y las amistades de las personas con nombres y apellidos. Es conocimiento de comunidades, de escuelas, de hospitales… La mayoría de las organizaciones de la cooperación descentralizada tienen sus contrapartes en los países destinatarios, sus gentes nos visitan… Es más de lazos humanos y, por tanto, es necesaria. El beneficio es bidireccional, porque nuestra forma de vida está colaborando a que aumente la desigualdad y a la destrucción de planeta. Y tampoco somos un ejemplo de felicidad. A menudo, vas a países empobrecidos y ves que tienen más tiempo para estar juntos, disfrutan de unas relaciones en las que lo afectivo tiene más espacio… Nuestra vida aquí es a veces muy gris y está muy dominada por los horarios, la producción… En otros países están más cerca de la tierra y, en las familias, los unos de los otros. Es decir, ellos y ellas nos enseñan muchas cosas.

- Otra de las razones que aducía el jurado para concederle el premio es que usted ha aplicado una perspectiva de género a todo lo que ha hecho, como científica y como investigadora de la paz. ¿En qué momento de su vida decide que esto tiene que ser así?

- Yo creo que es en el movimiento por la paz. Había tenido otras experiencias de participación en colectivos y partidos políticos en la clandestinidad, donde las mujeres no teníamos un papel relevante. Este punto de vista me surge de la rebeldía. ¿Por qué tenemos esa situación subordinada? Este compromiso arranca en el movimiento por la paz, viendo que las mujeres tienen una aportación singular y específica. Empiezo a conocer a otras mujeres en la revista En pie de paz , y pensamos que no solo queremos la igualdad, sino que queremos aportar desde una experiencia propia, es decir, dar valor a ser hombre o ser mujer. También influye tomar conciencia sobre las violencias que hemos sufrido, el acoso sexual al que han sido sometidas muchas amigas, la devaluación que han hecho muchas teorías científicas sobre la naturaleza de las mujeres… Yo creo que por eso decido que, a partir de mis estudios de física, haré una tesis para recuperar a las científicas del pasado, que no estaban reconocidas pese a haber trabajado en muchas líneas de investigación en este país codo a codo con los hombres.

- ¿Usted ha vivido esa discriminación en el campo de la física?

- Yo tuve profesores que nos decían que las mujeres debíamos irnos a fregar. ¡Es que hemos sido tan maltratadas en algunas ocasiones! Sin embargo, tuve otros que dijeron: vosotras podéis. Nos alimentaron la autoestima, como Labordeta, que fue mi profesor. Esa conciencia de que podemos la llevé a las investigaciones en la ciencia.

- Unas décadas después, ¿hemos avanzado?

- Sí, gracias a ese movimiento que llamamos feminismo, que empieza con ese cuestionamiento de por qué a mí me tratan así, por qué me consideran un ser inferior o devaluado, por qué las teorías científicas hablan de mi incapacidad para los estudios… En todo esto hemos avanzado. El feminismo se ha difuminado y se ha extendido en la sociedad, aunque quedan muchas cuestiones pendientes, sobre todo la violencia contra las mujeres. Y luego hay otro problema: la tendencia a homogeneizarse con la figura del varón, a ser un hombre más. Eso me parece una pérdida de la diversidad. Otro aspecto es que no se están abordando concienzudamente las masculinidades tóxicas, los modelos que llevan a demostrar esa masculinidad dominando e incluso maltratando. Son modelos identitarios que se siguen reproduciendo, y por eso hay tantas muertes. Tenemos tarea por hacer, y los hombres, mucha.

- ¿Puede decirse que el mayor avance en 42 años de democracia ha sido el de las mujeres?

- Sí, ha sido una revolución sin sangre. Bueno, la sangre la hemos puesto las mujeres. No es que antes no se maltratara, pero las mujeres se aguantaban. Desde que hace unas décadas ya no se aguantan, muchas son asesinadas. Pero sí que ha habido avances en la sociedad, en la participación política y en muchos aspectos, sobre todo en la esfera pública.