-¿Quién es Soukeina Yedehlu?

-Soukeina es una mujer saharaui, actualmente activista de Derechos Humanos, que sufrió la guerra entre Marruecos y el Frente Polisario, y que durante la tregua pasó diez años encerrada en una prisión marroquí clandestina, con lo que uno puede hacerse a la idea de las condiciones en las que estuvo. Aquello, lejos de matarla, le dio mucha fuerza vital.

-¿Qué fue lo que se encontró al salir?

-Todos los presos que fueron encerrados en diferentes cárceles clandestinas cuando atraparon a Soukeina fueron liberados gracias a un movimiento internacional. Cuando ella salió se encontró con su vida totalmente truncada, pues su familia llevaba diez años sin saber nada de ella y la daba por muerta. Su marido se había casado con otra mujer con la que había tenido más hijos, y aunque los clanes saharauis son muy matriarcales, las mujeres dependen mucho del marido, sobre todo económicamente.

-Eso, después de una década encerrada.

-No solo encerrada. Durante ese tiempo estuvo totalmente aislada del exterior, pero también de sus compañeros de cautiverio. Me contó cosas terribles de la cárcel, una de ellas que pasó un año entero con los ojos vendados, sin tener contacto con nadie pero tampoco con nada.

-¿Ese aislamiento fue lo que le llevó a titular su documental ‘4.400 días de noche’?

-4.400 son exactamente los días que ella pasó encarcelada. Y días de noche es por la completa oscuridad que había en su vida. Le arrebataron 10 años de vida, y además de maternidad. Soukeina tenía tres hijos y durante ese tiempo no supo nada de ellos. El pequeño era solo un bebé y había muerto a los pocos días de ser ella encarcelada y, cuando fue liberada, los dos mayores se habían marchado a los campos de refugiados del desierto.

-Además de su vida y su familia, ¿llegó a perder la cordura en algún momento?

-No, y eso es increíble. No la mataron, pero perdió casi toda su masa corporal, sus dientes, su salud... Lo que no lograron arrebatarle fue su luz y su fortaleza interior. Y sin embargo, cuando hablas con ella, sus ojos transmiten amor y paz. Muchos de sus compañeros sí que perdieron la razón, y la mayoría de ellos también la vida. Pero ella salió con la convicción fortalecida para defender la causa que le había llevado a la cárcel, y hoy se ha convertido en un símbolo de la resistencia.

-¿Cómo conoció su historia y por qué decidió contarla?

-El proyecto nació del Observatorio Aragonés por el Sáhara Occidental, que entonces estaba presidido por Luis Mangrané. Conocían otros trabajos míos y contactaron conmigo para ofrecérmelo. Este colectivo ciudadano desarrolla una labor magnífica con el Sáhara, sobre todo de acompañamiento y observación en procesos judiciales. Enseguida me interesé por su idea. Conocía la historia del Sáhara pero nunca había estado en los territorios ocupados. Después de pasar bastante tiempo investigando entre Madrid y Zaragoza, me marché con Luis al Sáhara. Y aunque al final he hecho muy mía la historia, pues la he contado de un modo muy íntimo y personal, la semilla es del observatorio.

-¿Contaron con algún apoyo para llevar adelante el proyecto?

-El Ayuntamiento de Zaragoza le concedió al Observatorio Aragonés por el Sáhara Occidental una subvención de las partidas de cooperación para el desarrollo. Y el resto lo hicimos con nuestros recursos personales.

-¿Cómo narra la historia de Soukeina?

-A mí me interesaba contarla desde el punto de vista humano, no desde lo político, porque esa parte ya es inherente a cada uno de los actos de estas personas. Hemos oído hablar mucho del Frente Polisario. Pero a mí me interesaba contar el día a día de una mujer, el de ahora, pero también el de su pasado. Y me interesaba porque refleja una aberración absoluta de los Derechos Humanos, que es la situación de los saharauis, y que por cierto es una responsabilidad de España. Al final, la historia de Soukeina es la de los saharauis. Y quería que quien se sentase a ver la película, aunque no entendiera mucho de política, pudiera conocer un poco la historia de este pueblo, contándola desde lo personal. Los activistas y la gente sensibilizada ya la conocen. Quería llegar a los demás a través de la vida de una mujer a la que le quitaron todo.

-La película fue rodada en los territorios saharauis ocupados por Marruecos en 1976. ¿Qué dificultades se encontró?

-Fue un rodaje muy sui géneris. Tuvimos que entrar todo el material escondido. Al llegar al aeropuerto militar de El Aaiún nos tuvieron varias horas retenidos en un interrogatorio muy desagradable. Y durante toda la estancia tuvimos varios policías siguiéndonos. Aquello hizo muy incómodo el rodaje. Pero pensé que, si para mí lo era durante unos días, esa incomodidad es la que han de soportar todos los días los saharauis, y aquello me motivó.