-El Movimiento contra la Intolerancia ha presentado este mes el Informe Raxen. ¿Cuál fue el origen y cuál es el propósito de este informe?

-Su origen hay que situarlo en 1995, cuando nuestra asociación quería hacer visibles la realidad de los ataques racistas, xenófobos y neonazis que se habían cobrado varias vidas y provocado cientos de heridos, mientras las instituciones negaban esta realidad. Desde esa fecha venimos evidenciado los delitos de odio a través de este informe, que es único en Europa.

-El año pasado detectaron en España 600 incidentes relacionados con delitos de odio racial o xenófobo. ¿Observan alguna evolución o deriva en los últimos años?

-Siempre insistimos que lo que mostramos en el informe es solo una muestra y este año hemos detectado un 20% más, incluso los derivados del odio ideológico, en especial con la hispanofobia y catalanofobia, que ya ha causado enfrentamientos, incluso una persona muerta en Zaragoza.

-¿Son más los casos estimados que los que realmente se registran?

-Muchos más. La Agencia Europea de Derechos Fundamentales estima que solo se conocen entre un 10 y un 15%, por lo que se debería multiplicar esa cifra por diez. Los inmigrantes sin papeles no denuncian, las personas sin hogar tampoco, muchos otros desconfían de la Policía y la instituciones, otros desconocen la legalidad o dicen que no servirá para nada… En fin, se denuncia muy poco.

-En Aragón fueron 26 los casos detectados. ¿Seguimos las mismas tendencias que en el resto de España?

-Lo que hemos detectado es similar al año anterior. No existe en España un registro científico de hechos y la única monitorización que se realiza es la del Informe Raxen. Estamos muy lejos de tener buenos informes oficiales que permitan políticas de prevención criminológicas y victimológicas.

-¿Quiénes suelen ser las víctimas de estos delitos y quiénes los perpetran?

-El nexo en común es la intolerancia al diferente, lo que conlleva su cosificación y la negación de la dignidad al prójimo. A partir de ahí aparece la violencia racista, xenófoba, el fanatismo ultra en el fútbol, la homofobia, el odio hacia personas sin hogar, el acoso escolar al joven estigmatizado... Cualquier persona a la que se asigne una característica de grupo del que se fomenta su devaluación y cosificación puede ser una persona vulnerable, especialmente dependiendo del contexto. Por ejemplo, una persona católica no es vulnerable en una ciudad europea pero lo puede ser en Nigeria o viceversa con un musulmán. El contexto es determinante, de ahí que la lucha contra el crimen de odio deba de ser universal

-¿A qué achacan en el Movimiento contra la Intolerancia la deriva hacia el odio y la xenofobia que parece haberse instalado en España?

-Vivimos un gran desorden global muy calculado, no avanzamos en una ética cívica compartida que descanse en los derechos humanos, hay guerras, hambre y miseria, los flujos migratorios son descontrolados, hay anemia egoísta… Y renace el victimismo ultranacionalista. España no está al margen, aunque mejor que otros países, pero ya veremos cuánto dura, pues hay nubarrones inquietantes.

-¿Qué nubarrones?

-Nos preocupa que se hable genéricamente mal del catalán o del español, del vasco o del andaluz… Cuando se usa un estigma y se alimenta la intolerancia social, ya estamos en zona de riesgo. Y esta no es solo cuestión de prejuicios y estereotipos, muchas veces se hace a conciencia por fanatismo político o doctrinario. Entonces ya estamos en situación de alerta por peligro de confrontación. Y en esto las autoridades no solo fallan, a veces dicen y escriben cosas que les debería avergonzar.

-¿Cuáles pueden ser las consecuencias de esta deriva extremista?

-Desde una polarización política que se instale en las instituciones, hasta un crecimiento de la intolerancia social en múltiples direcciones, incluida la religiosa, como muestra el aumento de la islamofobia y el antisemitismo. De ahí, vía discurso de odio que se expande por las redes e internet, a la violencia y a la comisión de delitos hacia personas y colectivos por lo que son y no por su hacer, las víctimas son seleccionadas a partir de su estigmatización derivada de una característica.

-Las redes sociales, ¿están alimentando el odio o solo amplificándolo?

-Las redes son un infierno al respecto. Mensajes incendiarios, denigraciones y humillaciones, nada de debate razonado, emergen insultos y amenazas, se lee poco y se comunica dialogando menos. Todo se hace en mensaje corto y 140 caracteres, donde solo caben consignas y propaganda. Y no digamos con los videos espectáculo de violencia que van desde una violación de una mujer o un adolescente en grupo hasta cortarle el cuello a un inmigrante.

-¿Puede convertirse la persecución del odio en las redes en la excusa perfecta para cercenar la libertad de expresión?

-Hay que poner límites y para eso están las leyes. En Europa aprendimos que la propaganda precede a la acción a través del nazismo y el Holocausto. La primera enmienda de la constitución en EEUU es la que marca el neoliberalismo al respecto, y lo permite todo. Y ni esa enmienda, ni la segunda, que se refiere a la posesión de armas, están vigentes por fortuna en Europa. Nosotros insistimos en el mensaje de que libertad de expresión no es libertad e impunidad para la agresión, que es lo que viene a decir el artículo 30 de la Declaración de los Derechos Humanos. Por eso pedimos parar el discurso de odio y sancionarlo mediante la ley de manera proporcionada y efectiva.

-¿Qué debe hacer la sociedad para revertir esta creciente intolerancia?

-Sin un refuerzo ético como primera condición, sin una legislación contra la discriminación y los delitos de odio, sin políticas y planes efectivos, sin personal público y privado preparado a tal efecto y con oenegés débiles porque no se nos apoya, vamos mal. Y la velocidad del problema es alta. Hay que educar en tolerancia, que no se debe confundir con permisividad. Como dice la Unesco, «tolerancia es respetar, aceptar y apreciar la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y maneras distintas de manifestar nuestra condición humana».