Emilio, psicólogo de MSF en Tamaulipas (México), explica que las personas que huyen de países como Honduras y Nicaragua son secuestradas en cuanto cruzan la frontera de México por las mafias, que les exigen un rescate a las familias. Unos secuestros que siempre siguen las mismas dinámicas: los criminales identifican a los inmigrantes en las terminales de autobuses y les engañan diciéndoles que les llevan a una «casa de seguridad». Entonces, buscan en sus teléfonos números de familiares que ya residen en Estados Unidos y los extorsionan para que la persona de fuera pague un rescate: «A algunos los golpean. Sufren amenazas de muerte y suele durar un par de días, aunque no den dinero. Luego los abandonan en el albergue más cercano».

Roberto, entrevistado por MSF en Nuevo Laredo (México), fue secuestrado en dos ocasiones: «Ya me han cogido dos veces y me han llevado secuestrado. Una en la plaza y otra en una esquina. La primera vez, me pidieron dinero y no llevaba. Les dije que no tenía familia en Estados Unidos. Me dijeron que me iban a matar. Hagan lo que quieran, les dije. Me soltaron. Nos llevaron a un cuartito muy oscuro donde caben como unas diez personas; estaba lleno, los habían cogido de la central [de autobuses], cuando llegan de otra parte. Allí eran tres mujeres con niños y cuatro hombres, que les estaban pidiendo 3.000 dólares para soltarlos. Ahora ni en el día se puede caminar. Ni al supermercado. Era domingo cuando salí a comprar galletas y refrescos. Tengo miedo de que a la tercera me agarren y no me suelten».

Otra paciente, Ana Paula, fue secuestrada y violada delante de su familia: «En la entrada de El Ceibo nos asaltaron. Tres hombres nos abordaron, nos robaron todo. Sometieron a todos los que veníamos. Luego me separaron del grupo y me desnudaron frente a mi esposo y mi hijo. Los tres abusaron de mí. No les importó que estuviera mi hijo. Cuando llegamos al albergue y escuché la plática que dieron los Médicos Sin Fronteras sobre los abusos sexuales en la ruta, me acerqué a la doctora. Me dieron atención psicológica y médica para prevenir enfermedades».

La hondureña ahora reside con su familia en Tenosique (México), donde ha sido atendida por los equipos médicos, pero afirma que jamás habría salido de su país: «No me esperaba que fuera a pasar esto. Si lo hubiera sabido, nunca hubiera venido. Allá no teníamos para comer. No puedo dormir, ya no quiero estar en México, tengo miedo de que me vuelva a pasar lo mismo más adelante. Este camino no es fácil. Muchas cosas pasan por aquí. Hombres y mujeres peligran, muchos han muerto. Aún no tengo el valor para subirme al tren con mi hijo».