Con una gorra naranja, Rüdiger, al que le gusta que todo el mundo le llame Rüdi, luce con entusiasmo sus zapatillas rojas mientras baila hip-hop en el parque. También le gusta cantar y el parkour. Vive en el barrio Oliver de Zaragoza con su madre, y confiesa que no le gusta mucho el colegio porque prefiere jugar con sus amigos. Él mismo eligió su nombre porque «así se llama un vampiro de sus dibujos favoritos», pero todos le llaman Rüdi.

Rüdi es un niño transexual de doce años. Hizo el tránsito social a los siete. Sin embargo su madre, Nuria Vázquez, confiesa que ya vió signos desde el año y medio. «Yo llevaba la sospecha desde siempre. A él no le gustaba cuando le vestía con lazos o vestidos, me montaba cada una... Siempre le gustaron las cosas que se identifican socialmente con lo masculino», cuenta.

Un día, al llegar del colegio, Rüdi comenzó a hacerle preguntas a su madre sobre sí a un chico podía gustarle otro chico o sí una chica podía ser en realidad un chico. «Yo no le daba importancia, lo dejaba pasar», recuerda Nuria. Cada día su hijo le lanzaba una pregunta nueva para «tantear el terreno». Hasta que Rüdi por fin lo soltó: «Mamá, yo de mayor voy a ser chico». La redacción inmediata de Nuria fue de gran impacto, pero no tardó en convertirse en comprensión: «Cómo podía ser que un niño de su edad ya hablara así… A mí lo único que me salió decirle fue: tú se lo que quieras, que tu madre te va a querer igual».

A partir de ahí comenzó a buscar información sobre la transexualidad infantil. Se puso en contacto con la pediatra, que a su vez le recomendó hablar con Chrysallis, la asociación de familias de menores transexuales. Chrysallis se fundó hace cinco años con seis miembros, hoy son más de 1.000 familias en toda España. En Aragón son alrededor de 35 personas asociadas, aunque estiman que hay muchos más niños transexuales en la comunidad. Natalia Aventín, presidenta de la asociación, declara que Chrysallis tiene entre sus objetivos acompañar a las familias e informarles de sus derechos, así como promover los cambios sociales necesarios para conseguir que tener un hijo o una hija transexual se vea con total normalidad». Es frecuente confundir y/o mezclar los conceptos: la identidad sexual tiene que ver con quienes nos sentimos, quienes somos (tradicionalmente, mujer u hombre). La orientación sexual es hacia quién dirigimos nuestro deseo -quién nos atrae-. Y el género, los roles, son conductas que socialmente (es decir, son constructos) están ligadas a uno de los dos sexos, que establecemos como típicas de unos u otros.

Pero no hay nada de atípico en la transexualidad. En adultos, se estima que una de cada 30.000 personas nacidas con genitales masculinos y una de cada 100.000 personas nacidas con genitales femeninos son transexuales. El rechazo social a la diversidad es todavía el mayor escollo al que se enfrentan estos menores. Aceptarlo desde una edad temprana es lo que ayuda a normalizarla. A partir de los dos años los niños son capaces de identificar su género y clasificar a las personas conforme a su sexo. A los seis años un niño ya puede tener claro cuál es su identidad sexual y de género. No ser llamados por lo que se identifican puede desencadenar un gran malestar en el niño o niña transexual.

«Rüdi comenzó a demandarme ropa de niño, calzoncillos, cortarse el pelo... El día que lo llevé a la peluquería me dijo: «Mamá, ahora sí que me encuentro a gusto conmigo mismo». Esas palabras fueron las que me llegaron realmente al alma, las que no olvidaré nunca», cuenta Nuria emocionada. Él explica con total naturalidad cómo se lo dijo a su familia: «No os dáis cuenta de que yo soy un chico, no una chica. Hay algo dentro de mí, no sé si es mi cerebro o mi cuerpo, que me dice que soy un chico».

A partir de ese momento, Rüdi, con su flequillo corto y sus mechas rubias, se dedicó a gritar a los cuatro vientos que él era un chico. Lo lleva con tal orgullo que su madre cuenta divertida cómo le decía a todo el que pasaba por la calle, a grito pelado, que «se llama Rüdiger y es transexual».

En el colegio hicieron el tránsito con mucha normalidad. La directora, junto a su tutora, explicó a la clase lo que le estaba sucediendo a su compañero. Ellos lo entendieron a la perfección porque «yo era su amigo y compañero desde la guardería», explica Rüdi. Ahora, habla sin ningún tipo de tabú sobre el tema: «Solo hubo un niño nuevo en el colegio que me insultó, pero en ese mismo momento yo acudí a la profesora y él me pidió perdón. Entonces yo le hablé del bullyng, y de por qué está mal tratar mal a los demás».

El único miedo de Nuria ahora es la adolescencia. Su hijo va a tener que experimentar la pubertad con los cambios habituales: «desarrollo del pecho, la menstruación... Mi única preocupación es el sufrimiento de mi hijo, por ese entonces no sabía nada de bloqueadores». Los bloqueadores son el comienzo del proceso hormonal, aunque el proceso social comience mucho antes. Son la opción más aconsejable ya que inhiben este desarrollo.

Nuria cuenta que a menudo su hijo se siente mal por su genitalidad: «Le genera ansiedad». Sin embargo, esto será algo con lo que Rüdi, con su identidad sentida y vivida desde la infancia, tendrá que lidiar.

Rüdi termina esta entrevista y se va con su madre a una zapatería. Quiere unas deportivas de luces para que brillen cuando baile.