A cualquier persona que le preguntes sobre sus deseos para la vida, uno de ellos será tener una buena salud que permita vivir y no solo sobrevivir. Creemos que tenemos derecho a acceder a un sistema sanitario que solucione nuestros problemas de salud, que promueva una vida sana y que prevenga las enfermedades, pero no nos preguntamos ¿y yo, por qué tengo derecho a tener una buena salud?

Es evidente que este derecho no proviene de la genética, ni del esfuerzo individual, ya que pocas personas pueden costearse toda la asistencia que necesitarían para tener una buena salud a lo largo la vida. Tu derecho a la salud se basa en que nos hemos dotado de un derecho universal, para todas las personas del planeta. Y no nos damos cuenta de que si no defendemos ese derecho universal, al final tampoco estamos defendiendo el derecho a nuestra propia salud.

Es cierto que hay muchos acuerdos políticos que afirman que la salud es una prioridad mundial, pero cuando visitamos zonas rurales o urbano marginales de países como el Congo o Guatemala (e incluso algunas zonas de nuestros propios países adelantados) observamos que esto no se cumple. ¿Por qué siguen muriendo 800 mujeres embarazadas y más 16.000 menores de 5 años cada día, cuando tenemos los conocimientos, las técnicas, y las capacidades para evitarlo? No se ha financiado suficientemente la salud mundial, ni se ha sido todo lo eficaz que se debería. Fortalecer los sistemas públicos de salud y trabajar la atención primaria de salud no han sido las prioridades mundiales, sino que se ha luchado enfermedad por enfermedad, sin tener una visión global de los problemas de salud de la población.

Hace ya 15 años, varias oenegés sanitarias, Prosalus, Medicusmundi y Médicos del Mundo, decidimos elaborar un informe anual para conocer los problemas de salud mundiales más importantes y analizar que hacían para resolverlos nuestras instituciones, porque pensamos que firmar unos compromisos en salud, hacerse la foto y no hacer nada más, no es una opción válida.

En el 2015, cuando se firmaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que pretenden garantizar una vida sana y bienestar para todos en todas las edades, el conjunto de países donantes disminuyó sus presupuestos en cooperación sanitaria. España es uno de los países que menos porcentaje del PIB destina a cooperación, un 0,12%. Y no vale decir que estamos en crisis: Grecia, Portugal o Irlanda destinan un mayor porcentaje que nosotros.

Más extraño es lo que pasó en el 2015 con la cooperación sanitaria española: debido al cobro de préstamos en el sector sanitario de años anteriores, ha ingresado 20 millones más de lo gastado, cuando se gastó ese año 10 veces menos que en el 2009 para salud. ¿Y Aragón? Pues es la 9ª comunidad en gasto en cooperación sanitaria, y esto es insuficiente. No nos podemos olvidar que no solo hablamos de la salud de personas desconocidas, hablamos de tu salud, de mi salud, de nuestra salud.