Para la experta en movimientos sociales Chelsea Szendi Schieder, profesora asociada de la Universidad Aoyama Gakuin, exponerte con el #MeToo puede convertirte en el blanco de las críticas, siendo el caso de Shiori Ito un ejemplo de la «amenaza tácita a la que se enfrentan todas las mujeres que hacen pública su historia de abuso sexual», según valora esta analista social.

El hecho de que esta experiencia traumática pueda ser utilizada como un arma contra las propias mujeres que han sido víctima de ella da cuenta de la difícil situación de las japonesas para denunciar la violencia sexual. Al final, todas estas dificultades se acaban traduciendo en que menos del 5 % de las víctimas acuden a la Policía.

No en vano, hasta julio del 2017 robar en Japón conllevaba mayores penas (cinco años de cárcel) que una agresión sexual (tres). La condena se igualó entonces en la primera enmienda de la ley en 110 años y se amplió la definición de violación para incluir el sexo anal y oral, reconociendo por primera vez a un varón como potencial víctima.