La mayor parte de la población desconoce qué es una enfermedad tropical desatendida (ETD). Un hecho que nos debería sorprender si tenemos en cuenta que afectan a cerca de 1.500 millones de personas en el mundo. Eso es una de cada seis. Pero si explicamos que esas personas son las más vulnerables del planeta, las que viven en condiciones de extrema pobreza y en las zonas más remotas, este desconocimiento ya no nos sorprende tanto. No en vano, también se las conoce como enfermedades olvidadas porque afectan a aquellas personas que parece que no existen. En ellas no se invierte, apenas se investiga; no es rentable. Hablamos de la úlcera de Buruli, la lepra, el pian o la filariasis linfática. Hablamos de un total de veinte enfermedades que causan discapacidades graves, además de generar un enorme estigma social en quien las padece.

En Anesvad combatimos estas enfermedades en África subsahariana. Trabajamos para sacar del olvido a las personas afectadas y luchamos por su derecho a la salud. Y se da la circunstancia de que mujeres y niñas son quienes las sufren de una manera más severa. Por eso conviene, aprovechando el revulsivo que supuso el Día Internacional de la Mujer, recordar esta sobreexposición a las ETD que padece el colectivo femenino y reclamar una mayor atención.

Los condicionantes socioculturales son responsables en gran medida. En países como Ghana, Togo o Benín pervive el reparto tradicional de roles por género. A las mujeres se las responsabiliza del cuidado de los menores, entre los que la tasa de contagio de pian o úlcera de Buruli es mayor. Son las encargadas de limpiar y cocinar, tareas que suelen realizar en unas deficientes condiciones higiénico sanitarias. Y recolectan, transportan, almacenan y gestionan dos terceras partes del total del agua que se utiliza para uso doméstico, lo que las expone a enfermedades cuya presencia se asocia a la mala salubridad de ésta.

Las secuelas físicas que dejan estas enfermedades incapacitantes limitan sus posibilidades de encontrar un empleo y ser autónomas. La discriminación social a la que se ven abocadas entonces condiciona su capacidad de prosperar, lo que las condena a una vida de miseria y a entrar en un ciclo de pobreza, sometimiento social y exposición aún más prolongada a otras ETD. Aunque no se vean afectadas por alguna de estas enfermedades, es común que mujeres y niñas sufran sus consecuencias sociales y económicas en primera persona, ya que suelen ser obligadas a dejar sus estudios o trabajos para ocuparse de la casa o de otros miembros de la familia que hayan enfermado.

En Anesvad entendemos la educación como un recurso básico para fomentar el empoderamiento femenino en esa parte del mundo y romper con esta situación de discriminación. Salud y formación son el tándem para construir un futuro más equitativo en África.