Lucía, de 10 años, apenas llevaba algo más 24 horas ingresada en el hospital materno infantil Miguel Servet de Zaragoza por una bronquitis cuando ya se sentía aburridísima. Y es que las horas se hacen muy largas cuando a uno le obligan a estar en la habitación de un centro sanitario. Pero en su segundo día de hospitalización recibió la visita de unas payasas que le alegraron la tarde, con lo que tanto ella como su madre se mostraron «encantadas. Si hubiera sido más rato, mejor», afirmaba Noemí, la progenitora.

«Me han dado un perro hecho con un globo y me han sacado un bolígrafo gigante para que les firme», comentaba Lucía con una gran sonrisa tras la visita, porque las payasas la habían confundido con una famosa. «Creo que a los niños les animan mucho estas visitas y que les van muy bien», añadía Noemí.

Pero no es la única que piensa así. También comparte este punto de vista una parte significativa del personal sanitario del Infantil. «Es beneficioso al cien por cien, pero no sé si lo es más para ellos o para mí. Desde que vienen los payasos esto es una alegría», comentaba esa misma tarde Isabel. Y sabe de lo que habla, porque lleva 40 años trabajando como auxiliar de enfermería en la misma planta del hospital en la que estaba ingresada Lucía.

Las culpables de tal epidemia de alegría no son otras que Begoña, Jessi, Belén y Ana, que los jueves por la tarde cuelgan su uniforme de mujer profesional en cuanto atraviesan la puerta del hospital, se colocan la nariz roja y el traje de payasa y se convierten en Tigrilla, Rishuska, Violeta Coletas y Catatonia. Las cuatro son voluntarias de la asociación Clowntagiosos, que desde el año 2008 llena de vida uno de los lugares que en principio deberían ser menos proclives a la risa, como es un lugar repleto de niños enfermos.

Y sí, es cierto que la risa no cura. Pero bien sabe Catatonia, que cuando se quita la nariz roja se llama Ana Colás y es la presidenta de Clowntagiosos, que reír «es algo muy bueno en todos los ámbitos, más todavía en un sitio en el que estás encerrado y no precisamente por tu propia voluntad. Te ayuda a pasar un rato distraído y es muy bueno para liberar ansiedad, por lo que al final resulta muy beneficioso».

Isabel, la veterana auxiliar de enfermería, basándose en su ampla experiencia, le da la razón. «Los niños saben que los jueves vienen los payasos y están expectantes. Hace años, en la época en la que los padres casi no podían ni entrar a estar con sus hijos, solo en un horario tan reducido como ocurre hoy en día en la uci, aquí teníamos un radiocasete y para alegrar a los niños los sacábamos a la puerta de las habitaciones y les cantábamos nosotras, haciéndoles mil monadas».

Por lo tanto, esto no es nada nuevo. Hace tiempo que el personal sanitario intuye que, para los niños hospitalizados, no hay nada mejor que reír. «Con la alegría también curamos algunos aspectos. A los niños les aporta mucha felicidad y, sobre todo, por un momento les hace desconectar de dónde están; a ellos, y a sus familiares», recalca Ana. Porque, aunque los padres nunca olvidan que sus hijos están enfermos, gracias a los payasos «ven que siguen riéndose como niños, que es lo que son, y como tales hay que tratarlos», añade.

Pero la satisfacción que producen estas visitas semanales no es algo exclusivo de los pacientes y sus familias. Las voluntarias también se llevan a casa su buena ración. «Ver que un niño entra llorando cuando lo están ingresando, y que al final se acaba riendo contigo, supone mucha alegría», confiesa Ana. Siempre sin perder la perspectiva de que la ciencia médica es la que sana y que la risa solo ayuda, la presidenta de Clowntagiosos resume lo beneficioso de sus visitas con una frase: «Algún médico, al entrar en una habitación, nos ha pedido que sigamos haciendo reír al niño, porque en ese momento le hacemos más falta nosotros que él».