-Como médico, su papel como cooperante está claro. ¿Cualquiera puede serlo?

-Hay profesiones que son más típicas para cooperar: sanidad, educación, construcción… Pero cualquiera puede hacer algo. Parece que solo se pueda ejercer al otro lado del mundo, pero nos olvidamos de que la cooperación es una actitud en la vida que se puede manifestar día a día, desde apagando la luz cuando salimos de una habitación hasta comprando comercio justo o participando en una asociación de vecinos. En todo ese camino yo me he encontrado con informáticos, con maestros, con amas de casa… Hay un montón de cosas que hacer, se trata de que en el momento en que puedas echar un cable tú estés ahí. Para participar en proyectos de cooperación internacional hacen falta algunos requerimientos más, pero lo importante es la actitud personal.

-Sabemos que la pobreza es injusta, pero nos decimos que nada podemos hacer para cambiar las cosas. ¿Realmente no podemos, o nos sobran las excusas?

-Nos sobran las disculpas, sin duda. En el libro hay un capítulo titulado Razones esgrimidas para no cooperar, en donde intento desgranar lo que habitualmente oímos en la calle: el miedo, la familia, la edad… E intento contestarlas con vivencias propias que yo he tenido respecto de esas disculpas. En la cooperación hay un componente importante de frustración porque nunca llegamos a conseguir todo lo que nos proponemos. Pero la única acción que no sirve para nada es aquella que no se hace.

-Entonces, denos un par de buenas razones para cooperar.

-La primera es evidente, solo hay que echar un vistazo alrededor para ver los desequilibrios que hay. Lo malo es que damos esos desequilibrios por hecho, como que el sol sale todos los días. Nacer en un lugar del mundo te da automáticamente una serie de derechos. Pero nacer el mismo día y a la misma hora en otra parte te condena a la miseria y a la injusticia. Tenemos que hacer algo para que ese desequilibrio sea menor. Si esa razón es por ellos, la otra es por nosotros. Aunque suene a tópico, te traes más de lo que das. Nos compensa por toda la gente que conoces, por los valores que aprendes…

-¿Solo se trae más de lo que da, o también se deja la piel cuando va a cooperar?

-Cuando voy me dejo la piel, e incluso más, pero a pesar de eso siempre tengo la sensación de que me traigo más de lo que he dejado. Porque, en ocasiones, los que vamos con una profesión muy definida, nos ponemos la bata, trabajamos, luego nos vamos a dormir y no hemos vivido nada más. Pero la mayoría tenemos los poros muy abiertos a todo aquello que nos rodea: una conversación, compartir un té, un atardecer… Todo eso te lo traes, y también aprendes a valorar las cosas pequeñas. Es un tópico, sí, pero es verdad. Ahora le doy más valor a pequeñas cosas como tomar una cerveza con un amigo, o a disfrutar del tiempo con la familia.

-¿Qué razones le llevaron a escribir el libro? ¿Tenía algún propósito?

-Sí, ordenar mi vida. Siempre que he hecho acciones de cooperación internacional en mi vida he pensado que sería la última oportunidad para hacerlo, incluso la quinta o la sexta vez, y escribía mis diarios para intentar absorberlo todo. Así empezó esto que se acabó convirtiendo en libro. Yo contemplo la cooperación desde tres pilares: la acción directa, es decir, como médico, ir allí y atender a la gente; luego está la denuncia, porque detrás de cada situación de necesidad de justicia hay algo que la está provocando; y la tercera pata es el proselitismo, o sea, el contarlo. Y me pareció que el libro podía encajar en esa tercera pata. Yo he leído mucho sobre cooperación y casi todos los libros me han parecido textos infumables y muy técnicos, para gente que ya está metida en este mundo. Pero con este libro yo quería salir de ese círculo para llegarle al que está , por ejemplo, en la taberna, y despertar su curiosidad, y animar a la gente que quisiera colaborar pero que es ajena a este mundo de la cooperación. Creo que responde a muchas de las dudas que pueden tener, y así me lo han hecho saber en el tiempo que llevo de recorrido con el libro.

-¿Qué lugares comunes en torno a la cooperación ha escuchado usted más a lo largo de su vida? ¿Los del tipo «no me fío», «no les llega nada», o los que beatifican a todo cooperante?

-Los dos.

-¿Y qué hay de cierto en unos y otros?

-Ambos son mentira. Es un error beatificar al cooperante. Yo soy tan miserable y tan buena persona como cualquiera. Quiero que mi familia y yo vivamos bien, quiero irme de cena y de cañas con mis amigos y quiero tener mi casita. Ahora bien, dentro de mi dinámica diaria, igual me tomo una cerveza local en vez de una que tengan que traer desde Alemania, o reciclo mis residuos, y a lo mejor estoy dispuesto a echarte una mano con tus problemas… Pero tengo mis incoherencias, yo y todos los cooperantes. A veces predicamos una cosa y practicamos otra. Y la otra parte, la de «no me fío» o «no les llega»… A ver, la cooperación internacional es un ámbito más de la vida, y como en todos, buscamos, comparamos y nos quedamos con lo que más nos conviene. Tendemos a uniformizar, y decir no me fío de las oenegés es como decir no me fío de las lavadoras. Compara y te quedarás con la que mejor te convenza. Las oenegés son muy diferentes entre sí, incluso antagónicas.

-Y, en su caso, la recaudación del libro va destinada a la oenegé Mundubat. ¿Seguro que son gente de fiar?

-Seguro que lo son -risas-. Es triste que tengamos que poner el acento en esto, pero en los últimos tiempos estamos viendo farsas que están haciendo mucho daño a la verdadera solidaridad, que es la que practican la inmensa mayoría de las organizaciones, que son limpias y transparentes. Yo no vivo de la cooperación ni soy un liberado de Mundubat. Pero todo lo que he visto en esta oenegé cumple los tres criterios que he comentado antes y que son lo que yo exijo a la cooperación: acción directa, denuncia y proselitismo. Pero además he visto otra cosa, que es la transparencia. Y, a mí, Mundubat me convence. Trabaja en la soberanía alimentaria, en políticas de género, en sanidad, en derechos humanos… El dinero del libro va para un proyecto de salud que Mundubat tiene en los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, en el que yo he trabajado. El equipo lleva el peso de la atención primaria de unas 40.000 personas. Actualmente no tiene financiación, y decidimos continuarlo por nuestra cuenta. Por eso le destino mis beneficios del libro.