Recuerdo cuando, hace un par de años, nuestra compañera Joung-ah Ghedini-Williams, en aquel momento coordinadora de emergencias de ACNUR a nivel mundial, nos escribió explicándonos cómo Yemen era una de las mayores tragedias de nuestra generación. Lamentablemente, dos años después, Yemen está considerada la mayor catástrofe humanitaria del mundo, aunque apenas conozcamos lo que allí está ocurriendo. Es un conflicto olvidado, al igual que Sudán del Sur, Nigeria, República Democrática del Congo y otros tantos.

Atrapadas en medio de los bombardeos y los combates entre las tropas gubernamentales y los rebeldes, más de dos millones de personas han tenido que escapar de sus hogares. La gran mayoría sobrevive en campos para desplazados donde la falta de infraestructuras sanitarias y de agua potable han favorecido/provocado el peor brote de cólera en la historia reciente, con más de 1,1 millones de casos y más de 2.300 muertes desde abril del 2017.

Los desplazados internos se enfrentan ya a un promedio de al menos un año fuera de casa y cubrir o no sus necesidades más básicas depende de la entrega de ayuda humanitaria y de la generosidad de los sus vecinos, que tienen que hacer un enorme esfuerzo para alojarlos.

Cerca del 75% de la población (22 millones) necesitan ayuda humanitaria urgente y, cada día, 16 millones de yemenís se despiertan con hambre, debido al colapso económico y a la falta de acceso a comida por culpa de la guerra. Son cifras enormes pero, al mismo tiempo, tras ellas hay personas con nombres y apellidos, como nosotros. Familias rotas por la guerra y la violencia.

Es el caso de Mohamed Seed, un exingeniero eléctrico de 60 años que se vio obligado a escapar de su ciudad, Hajja, junto con sus cuatro hijos. Tras huir de los combates, comenzó para ellos una situación desesperada que acabó costando la vida al más joven, de solo 10 años. Murió porque, simplemente, no tenían qué comer.

A pesar de que en el último mes se están vislumbrando algunos visos de esperanza para la paz, no podemos ser demasiado optimistas ya que, si la guerra continúa, casos como el del hijo de Mohamed se repetirán y en los próximos meses estaremos ante la peor hambruna de los últimos cien años en todo el mundo.

ACNUR está sobre el terreno, entregando a la población materiales de emergencia (refugios, mantas, esterillas, etc.) y ayudas económicas para que puedan adquirir alimentos, ofreciendo asistencia legal, financiera y psicosocial, habilitando espacios públicos para que las familias se puedan alojar… Pero la escala de la crisis es tan grande que lamentablemente no podemos llegar a todas las personas que nos necesitan.

La solidaridad es marca España. La sociedad española siempre ha sido y es generosa con quienes más lo necesitan. Por eso, quiero animar a todas las personas que están leyendo estas líneas a que no se olviden de Yemen y a que envíen su ayuda, en la medida de sus posibilidades. Nos necesitan más que nunca, no podemos fallarles.