En marzo se ha cumplido el octavo año de guerra en Siria y parece que va a ser el último, según las noticias que se tienen, aunque nunca se puede asegurar. En este tiempo, en Siria, podría valer la frase de aquel senador norteamericano que dijo en 1917 que la verdad es una de las primeras víctimas de las guerras. Son ya ocho años oscurantismo informativo interesado.

Miles de muertos, armas químicas, torturas en cárceles abarrotadas, secuestros y asesinatos mediáticos, millones de refugiados, destrucción de ciudades y de la economía regional... Confusión dentro de la confusión. Los únicos que han ganado, seguro, son las grandes empresas fabricantes de armas y los traficantes de turno.

Hay quien piensa que es un eslabón más de lo que se llamó la primavera árabe, que empezó con la autoinmolación de un joven vendedor de fruta en Túnez en el 2011. Y que, como un reguero de pólvora, se extendió a otros países del entorno, pasando de primavera a guerra en el mundo árabe, de la que muy pocos países se han librado. En estos días, preocupa Argelia.

Uno no está seguro del todo. Intereses de Francia, Rusia, EEUU y Gran Bretaña, fundamentalmente, han convertido el Oriente Próximo en una auténtica olla a presión mundial. También es posible que el conflicto sirio tenga relación con la guerra de los Balcanes, cerrada en falso a finales del siglo pasado.

Después del bombardeo de la OTAN en Kosovo supimos que las conversaciones de serbios y kosovares en Rambouillet no había servido de nada. Nunca sabremos si hubo voluntad por parte de la comunidad internacional. En su momento también hubo silencio informativo y, tres meses después de arrojar las famosas bombas por la paz, tuvimos sesgadas noticias a través de Le Monde y El País. No habían dejado ninguna gatera a lo que quedaba de Yugoslavia y al nacionalismo serbio.

La OTAN tendría que circular libremente por todo Yugoslavia como un ejército de paz. Eso decía la letra pequeña de los no acuerdos. Milosevic, el presidente yugoslavo, lo utilizó para hablar de invasión e intentar perpetuarse en el poder hasta que fue entregado por los suyos al Tribunal Penal Internacional de La Haya.

Muchas infraestructuras fueron dañadas. Se bombardeó la televisión serbia, y parece que por error también la embajada china en Belgrado, donde murieron varias personas. Hasta el Gobierno chino aceptó la disculpa de fallos en los mapas de los pilotos. Hubo muchos daños colaterales y hay quien dice que se utilizó uranio empobrecido. Eso sí, todo desde aviones, para evitar muertos de la coalición internacional y reducir el stock armamentístico mundial para poder fabricar armas más modernas y eficaces. Todo el mundo, puesto de acuerdo, miró hacia el lado contrario, cuando unos años antes en Bosnia Herzegovina y en la República Spska se habían utilizado fuerzas militares de interposición para disuadir a los contendientes.

Como consecuencia del desatino político internacional en Kosovo, cerca de la frontera con Macedonia se construyó la mayor base militar de EEUU en el mundo, Camp Bondsteel. El objetivo era controlar Oriente Medio, vigilar el crudo que llegaba a Europa y, de paso, las bases de Rusia en el Mediterráneo sirio, la base naval de Tartús y la aérea en la zona de Latakia.

Cuando comenzaron las primeras manifestaciones contra el régimen de Bachar Al Asad, reprimidas sin contemplaciones, pocos pensaron que todo iba a durar tanto tiempo y que se instalaría la crueldad como norma de convivencia.

Rusia y EEUU empezaron a jugar con la seguridad internacional en función de los intereses de su diplomacia agresiva, manipulando a los diferentes actores del conflicto. Rusia reactivó sus bases en Siria, EEUU puso en marcha la información-desinformación y el puzle mundial se desencajó: Corea del Norte, Congo, Afganistán, Venezuela, Sudán del Sur, últimamente Nicaragua y algún otro país ya olvidado.

Se ha puesto durante este proceso en riesgo la paz libanesa, prendida con alfileres, irritando tanto a Hizbulá como a sunís y maronitas. Arabia Saudí ha bombardeado Yemen, su patio trasero por intereses petrolíferos, y continúa amenazando a Qatar por ser el epicentro de la información a través de Al Jazeera. E Israel machaca Gaza con su gigantismo militar. Todo ello en un baile de cambio de parejas, según el desarrollo de los acontecimientos.

Desde los orígenes de la humanidad, otra manera de prolongar los conflictos es a través de los refugiados. El hecho de dejar bolsas de refugiados es un negocio bélico más. La gente desesperada malvive en países extraños generando problemas de convivencia. En Líbano, de seis millones de habitantes, más de millón y medio son refugiados. Aparte de sirios, quedan palestinos desde los años cuarenta, y recientemente palestinos de Siria, doblemente refugiados. Después de ocho años tienen que competir en el mercado laboral con libaneses, dándose casos de xenofobia al romperse dicho mercado, por no hablar de la educación de la infancia, diferente según las nacionalidades.

Turquía es el país que más refugiados acoge, casi cuatro millones. Con frecuencia son moneda de cambio en diferentes negociaciones con países europeos. Jordania alberga a millón y medio que, según sus autoridades, dañan la imagen de su mayor fuente de ingresos, que es el turismo.

Y lo peor de todo es que muchos refugiados difícilmente podrán volver a su país. Sus casas estarán destruidas u ocupadas por los vencedores. Cuando acabe la guerra, que esperemos sea pronto, la comunidad internacional tendrá que poner en marcha planes de contingencia para reconstruir Siria y reubicar a los refugiados. Lamentablemente, la hiedra de la guerra se extenderá todavía más en la región o cambiará de sitio. Son demasiados los intereses que el capitalismo salvaje defiende porque los necesita para sobrevivir.