Líbano, cuna de los antiguos fenicios, pioneros del comercio internacional en el Mediterráneo y creadores del alfabeto que, evolucionado, seguimos usando hoy en día, es un país históricamente rico en recursos naturales, cultura, tradiciones e historia.

Líbano es hoy una nación multicultural, multiétnica y multirreligiosa, profundamente dividida en distintas facciones políticas enfrentadas entre sí. Un tablero de pruebas que no deja de ser el reflejo del choque de los intereses internacionales de las distintas potencias que apoyan a unas y otras de esas facciones políticas: Israel, Irán, Rusia, Estados Unidos...

Esta división interna del país arroja como resultado un frágil estado de paz que a menudo se ve amenazado por los conflictos que sacuden la región de Oriente próximo.

Más allá de las viejas tensiones que persisten entre las distintas facciones político-religiosas, Líbano también encara un número significativo de desafíos humanitarios, desde la desestructurada agricultura del sur del país hasta el envite de los efectos colaterales de la guerra en la vecina Siria, que se prolonga ya durante casi ocho años.

Pero, sin duda, el mayor desafío humanitario que afronta hoy en día este país es la gestión de enormes masas de población refugiada.

No en vano, Líbano es el país del mundo con mayor concentración per cápita de refugiados. Con una población autóctona de 4,4 millones de habitantes, Líbano acoge a más de 650.000 refugiados palestinos y a más de un millón de sirios que huyeron de la guerra.

Para hacerse una idea aproximada de lo que esta proporción de población refugiada supone para Líbano, el equivalente para nuestro país sería que España acogiese una colonia de 17,5 millones de refugiados, para una población censada de 46,6 millones de ciudadados. Sin duda, sería una presión brutal en términos económicos y sociales.