A lo largo de las últimas seis décadas se está viviendo a nivel mundial un desplazamiento de población desde el medio rural al urbano. En el 2007, la población urbana superó a la población rural mundial por primera vez en la historia, y el fenómeno sigue agravándose desde entonces. De hecho, se espera que antes del 2050l dos tercios de la población vivan en ciudades, más o menos a la inversa de la distribución de la población a mediados del siglo XX.

Este desequilibrio territorial se observa por igual en países desarrollados y en desarrollo, se inició en distintos momentos, vinculados con sus propias realidades políticas y económicas.

El papel que tradicionalmente se asignaba al medio rural y al urbano, y las dinámicas de producción, propiciaban un reparto más equilibrado de la población en el territorio. El medio rural se encargaba de abastecer a las ciudades de alimento y de otros recursos materiales, y para ello precisaba de una elevada mano de obra, ocupada en el campo y en otros empleos de extracción. Sin embargo, el actual modelo de producción, extendido globalmente, ha ido introduciendo cambios estructurales en las esferas económica, social y política, que han tenido una implicación directa en el patrón territorial. Se va produciendo un movimiento de población continuado, que vacía extensos espacios rurales en favor de la actividad urbana. Las necesidades de mano de obra, propias de la industrialización han llevado a que el medio rural se convirtiera, también, en abastecedor del más valioso de sus recursos: su población.

Los jóvenes se han desplazado del medio rural al urbano, llamados por trabajos más estables y mejor remunerados, mayores oportunidades de formación y expectativas laborales, servicios públicos y opciones de ocio. Se han producido importantes efectos negativos en ambos espacios, que plantean serios problemas de sostenibilidad a largo plazo.

Mientras las ciudades se ven colapsadas por el exceso de población que debe reubicarse en precarios asentamientos, los pueblos van quedando vacíos y con un futuro incierto por su elevado envejecimiento. Entre tanto, en los espacios urbanos se plantean dificultades en el abastecimiento de agua y la gestión de residuos, y se elevan los índices de contaminación de aire y suelos, a la vez que en el medio rural abandonado surgen otros problemas derivados de la falta de presencia humana, la deforestación y la sobreexplotación de recursos.

Mientras la ciudad se erige en centro de generación de riqueza, la actividad en el campo queda reducida a mera extracción, sin transformación alguna en el territorio. Las ciudades se convierten en centros de poder y decisión, cuando muchas instituciones del mundo rural van perdiendo protagonismo y lo relegan a la periferia. Este hecho es especialmente grave en los países en desarrollo, donde su medio rural queda desterrado, por ende, a la periferia de la periferia.

La cooperación puede, en muchos casos, reforzar esta inercia y centrarse en prestar sus servicios allí donde haya mayor concentración de población, con el ánimo de incrementar el impacto de sus acciones. Urge, por tanto, ser consciente de ello y, a través de su labor, estimular políticas de ordenación del territorio que devuelvan protagonismo al medio rural y permitan un desarrollo más sostenible en todos los territorios.