-¿Qué le llevó a optar por la forma de vida de un misionero, y qué le llevó después a abandonarla?

-Respondí a una llamada y quería ir a trabajar a África. Era un camino lógico de mi vida, que me fue llevando por ahí. Después, con el paso de los años, el encuentro (en el sentido de choque) con la realidad, con los jefes y los superiores, me llevó a tomar un camino distinto. Pero para nada reniego de lo hecho. Estoy contento porque lo que hice me ha servido a mí y a mucha gente.

-Dejar esa vida fue pues más una cuestión de jerarquías que de fe

-No fue una cuestión de fe. Fue una cuestión de puntos de vista distintos y de tratar de ser honesto conmigo mismo para seguir haciendo lo que yo creía que tenía que hacer pero por un camino distinto.

-¿Pero sigue siendo usted una persona religiosa?

-Sigo siendo creyente. Creo que mi fe no se ha movido para nada.

-Usted es conocido por su trabajo con niños soldado. ¿Tenía previsto trabajar con ellos o más bien conoció primero el fenómeno y eso fue lo que le llevó a trabajar con estos menores?

-El primer país africano al que fui a trabajar fue a Sierra Leona, con temas de Derechos Humanos, negociación con rebeldes… Y fue a raíz de este trabajo que Unicef contactó conmigo, cuando la organización se propuso hacer por primera vez un proyecto con niños soldado, y decidió empezar por Sierra Leona. Nunca me había planteado hacer este tipo de trabajo porque ni siquiera me había pasado por la cabeza que estos chicos y chicas se pudieran rehabilitar, y más viendo cómo se comportaban cuando tenía que atravesar a diario las líneas rebeldes. No me había planteado que pudiera haber una alternativa para ellos. Me costó aceptar. Tuve que cambiar mi forma de ver las cosas para admitir que si a estos chicos y chicas les dabas las oportunidades para hacerlo, cambiaban.

-Recalca usted lo de ‘chicos y chicas’. ¿Hay muchas niñas soldado?

-Hay casi tantas niñas como niños. Y hay que hacerlas visibles para que se las tenga en cuenta porque, al ser invisibles, se quedan fuera de muchos programas y, con el trauma que tienen, no se les ayuda.

-¿Cómo es el trabajo con uno de esos niños soldado?

-Hay que darles espacio para que saquen fuera todo lo vivido y sean capaces de liberarse de toda esa violencia a la que han sido sometidos. Esos niños y niñas han sido manipulados y sometidos a mucha violencia. Se les han suministrado drogas y alcohol para inhibirlos del dolor y del miedo. Hay que darles tiempo para que se tranquilicen y vean la vida de una forma distinta. Y sobre todo hay que darles una alternativa porque, si no la tienen, ¿qué va a pasar con ellos? Volverán a lo que saben hacer. En Sudán del Sur está pasando. Muchos niños que habían salido de los grupos armados están volviendo a ellos porque prefieren morir en la guerra antes que hacerlo de hambre.

-¿Cómo se llega al interior de un niño que ha violado, ha matado, ha cometido mil barbaridades… y se le hace volver al mundo real?

-Es cuestión de mucha paciencia, de estar ahí para apoyar, de escuchar sin juzgar. Hay que darle espacio para que cuente, y eso no se hace solo mediante la palabra. A veces hacen falta el teatro, la música, la expresión corporal… Son herramientas que ayudan a que esos jóvenes saquen fuera su historia y te la vayan contando. Y uno tiene que saber estar a su lado y generar ese espacio de confianza para que saquen todo lo vivido y poder apoyarle para hacer su camino, que han de recorrer en solitario. Y es que no hay dos chavales que hagan el mismo camino. Cada uno tiene su propia experiencia. La labor es sobre todo de acompañamiento.

-Generar esa confianza, ¿requiere mucho tiempo?

-Sí, por eso digo que es cuestión de paciencia. Se necesitan meses porque después de lo vivido les cuesta mucho generar lazos de confianza.

-¿Y esto se tiene en cuenta en los despachos desde los que se planifican estos programas de rehabilitación?

-Ahora no. Cuando empezamos, era un programa piloto en el que tuvimos muchas facilidades y medios. Pero en los últimos proyectos con niños soldado que he visitado en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo, como no hay dinero, no hay tiempo para estos niños. Pasan 6 semanas en los centros de acogida y, en ese tiempo, ni se han dado cuenta de dónde están.

-¿Qué ocurre después con ellos?

-Que vuelven a los grupos armados. Allí por lo menos comen todos los días.

-Y entonces, ¿se está tirando el dinero de esos proyectos?

-Hay muy pocos proyectos que funcionen realmente, como el de los salesianos en Goma. Son cosas muy puntuales, pero en general, por falta de fondos y de tiempo, no se está haciendo nada efectivo.

-Y aquel primer programa experimental de Sierra Leona, ¿funcionó?

-Sí, tuvo un éxito bastante grande. Y los que se hicieron después en Liberia y en el norte de Uganda dieron muy buenos resultados. Ha sido más tarde cuando las buenas cosas se han ido perdiendo.

-Que funcionen o no esos programas, ¿se reduce a una cuestión de dinero?

-Sobre todo, de tiempo. Pero para meter 6 meses a un chico en un centro hace falta dinero. Y para apoyarle después hay que estar años pagándole los estudios. Y eso también significa dinero.

-Los niños con los que trabajó habrían matado probablemente en poblaciones cercanas al centro donde eran acogidos. ¿Hubo problemas con el vecindario?

-Hubo tensiones porque las poblaciones cercanas veían a esos niños como los que habían destruido el país y habían causado la muerte de familiares o habían provocado el desplazamiento de muchas personas que se encontraban cerca de nuestro centro. Y evidentemente hubo tensiones. Como era un proyecto pionero hubo que aprender de los errores y comprendimos que había que implicar a la población local, y que ellos mismos fueran parte de este proceso. Si no nos ayudaban iba a ser peor para ellos, pues si los chicos no salían de aquello iban a seguir luchando.