Agencias humanitarias y oenegés llevan meses alertando del peligro que podría suponer la llegada del covid-19 a los campamentos de refugiados, dada la imposibilidad de mantener medidas de higiene y seguridad frente a la pandemia en las condiciones de hacinamiento y precariedad que soportan los habitantes de este tipo de instalaciones.

Recientemente ha trascendido que hace aproximadamente un mes, a mediados de mayo, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) confirmó la primera muerte por coronavirus en el distrito de Cox’s Bazar, en Bangladesh, que alberga el mayor campo de refugiados del mundo. Se trata de un hombre de 71 años, refugiado de etnia rohingya.

Según ACNUR, los trabajadores humanitarios actúan 24 horas al día para garantizar que haya test disponibles para la población refugiada. Los casos positivos de coronavirus son rápidamente trasladados y aislados en instalaciones adecuadas para su tratamiento. Al mismo tiempo, se trata de localizar a sus contactos para ponerlos en cuarentena y realizarles los test, tal y como recomienda la Organización Mundial de la Salud.

Los campos de Cox’s Bazar acogen a 860.000 refugiados rohingyas. Las condiciones de hacinamiento en las que viven hacen temer un posible brote de covid-19 entre población refugiada en plena temporada de ciclones. 400.000 bangladesíes viven en comunidades de los alrededores.

ACNUR está tomando todas las medidas de prevención para evitar la expansión del virus en los campos de refugiados de Bangladesh. Continúa llevando a cabo actividades para la promoción de la higiene, la mejora de las instalaciones sanitarias, de agua y saneamiento y el reparto de alimentos y kits de higiene.