Un año más, el invierno está volviendo a golpear con gran dureza a uno de los colectivos humanos más vulnerables del planeta: las personas que viven como refugiadas en Líbano. Y, de entre ellas, quienes están sufriendo especialmente las consecuencias del frío son las cientos de miles de personas que huyeron de la guerra en Siria y que, ante la imposibilidad de establecerse en asentamientos formales, como los que albergan a los más de 650.000 refugiados palestinos que viven en el país, tuvieron que establecerse en precarios campamentos improvisados.

El crudo invierno en las montañas del sur de Líbano ya se cobró su primera víctima mortal a principios de año. El día 9 de enero, los equipos de rescate libaneses hallaban el cadáver de una niña siria de ocho años dada por desaparecida el día anterior, en medio de una de las tormentas que vienen azotando el país a lo largo de este mes, que han dejado además numerosos daños materiales.

Lodazales impracticables, tiendas de campaña derribadas, carreteras bloqueadas por la nieve que impiden el paso de los convoyes humanitarios... Este es el panorama que describen los equipos de Acción contra el Hambre, oenegé española con sede en Aragón que trabaja con los refugiados en Líbano desde el año 2006.

En un país sumido en una atmósfera glacial, las tormentas de nieve Norma y Miriam causaron múltiples daños en los precarios campos de refugiados sirios a mediados de enero. Los fuertes vientos y la abundante nieve dejaron asolado el valle de Bekaa, donde trabaja Acción contra el Hambre. Más de 350.000 sirios, sin contar los no registrados -del más de un millón que se calcula que huyeron a Líbano- viven en campamentos improvisados en esta zona.

Tras las fuertes nevadas, los equipos de Acción contra el Hambre se movilizaron al instante para responder a las necesidades más inmediatas. «Numerosas tiendas donde viven los refugiados han sufrido daños por el temporal y los vientos, que llegaron a superar los 100 kilómetros por hora», describe Marcial Rodríguez, coordinador de la oenegé en Zahle, capital de gobernación de Bekaa y la tercera ciudad más grande de Líbano. «La nieve es difícil de retirar de los techos de estas débiles estructuras», añade. Entre otros suministros, la oenegé está proporcionando cubiertas de plástico a las familias para proteger sus tiendas contra el viento.

«Los refugiados no tienen los medios para enfrentar las consecuencias de tales condiciones climáticas extremas y dependen del apoyo de organizaciones como Acción contra el Hambre», señala Beatriz Navarro, directora de la entidad en Líbano. «Nos encontramos con diferentes frentes. Por un lado, estamos evacuando el agua de las zonas anegadas mediante bombas de agua y desalojando las letrinas para evitar que las áreas inundadas se contaminen con aguas negras. Al mismo tiempo, estamos distribuyendo colchones, mantas, artículos de higiene y bebé, ropa impermeable, kits para quitar la nieve, y trabajamos mano a mano con los municipios afectados para eliminar la nieve de los caminos a los asentamientos para que nuestros equipos puedan acceder los antes posible», comentaba esta cooperante unos días después del paso de Norma y Miriam.

«Eventos inesperados como estas tormentas provocan consecuencias inmediatas para una población ya extremadamente vulnerable. A medio plazo también afectará a sus mecanismos de supervivencia, como puede ser el aumento de la deuda y el agotamiento de sus limitados recursos. Por no hablar de la presión psicológica sobre la población, muchos de los cuales llevan desplazados más de siete años» concluye Beatriz Navarro.

Todavía queda mucho invierno. Y las necesidades humanitarias de esta población no van a ir a menos.