Con unos 10 millones de personas amenazadas por el hambre, la del Sahel es una de las principales crisis humanitarias que azotan al planeta en este momento. Años de avance en la desertización de esta región africana, «junto a políticas poco eficaces de gestión de este cambio de patrón y la saturación de mecanismos de subsistencia y adaptación de las poblaciones afectadas», señala Menna Abraha, responsable de incidencia política de Acción contra el Hambre, están detrás del agravamiento de esta situación.

Si a esto se suma la irrupción de conflictos larvados en el norte de Malí, en el este de Níger y el noroeste de Nigeria; la abundante presencia del terrorismo islámico y de las mafias del tráfico de drogas y de trata de personas en la región; y las tensiones crecientes entre agricultores y ganaderos, fruto de una pertinaz sequía, se dan todos los elementos para que la actual crisis humanitaria del Sahel acabe cronificándose.

Esta situación puede parecer ajena al devenir de la Europa. Pero la crisis del Sahel es una olla a presión que, de explotar, salpicará de lleno al viejo continente. Consciente de esta circunstancia, la Unión Europea celebró el pasado viernes una conferencia de alto nivel sobre el Sahel, que contó con la participación de 30 jefes de Estado y de Gobierno.

La cita tenía por objeto recabar nuevas contribuciones financieras y materiales y dar apoyo político al llamado grupo del G5 Sahel, que forman Mali, Burkina Faso, Mauritania, Níger y Chad. Estos países crearon en el año 2014 una fuerza conjunta para ganar eficacia en sus esfuerzos de control de fronteras y lucha contra las mafias y el terrorismo. El G5 Sahel nació apoyado por Naciones Unidas, la Unión Africana y la Unión Europea para ofrecer una respuesta política, militar y humanitaria al terrorismo emergente en la región.

Y es que seguridad y desarrollo humano caminan de la mano. «Lo urgente es atajar la crisis más evidente y volátil para que el Sahel sea una región estable donde pueda darse un desarrollo estructural, y ese es el objetivo estratégico que creemos que la Unión Europea (UE) tiene en su agenda», opina Menna Abraha.

La UE logró movilizar el pasado viernes 414 millones de euros de la comunidad internacional para la fuerza conjunta G5 Sahel. De ellos, 100 pertenecen a la Unión Europea y 76 a contrtibuciones bilaterales de sus países miembro. Otros 100 corresponden a Arabia Saudí, 50 millones a Estados Unidos, 30 a Emiratos Árabes y 5 a Turquía, entre otros.

En la inauguración de la reunión, celebrada en Bruselas, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, destacó que la seguridad y el desarrollo en el Sahel afectan a la UE.

Por su parte, el presidente de Níger, Mahamadou Issoufou, que este año está al frente del G5 Sahel, advirtió de que la crisis en esta región africana repercute en el resto del mundo. Por ello, Issoufou recalcó que la situación de inseguridad, miseria y potencia terrorista y de criminalidad organizada en la región del Sahel «no solo debe preocupar a los líderes locales, sino a toda la comunidad internacional». El presidente de Níger explicó la pobreza extrema que obliga a los más jóvenes a escoger entre «morir de hambre» o caer en «las manipuladoras redes del terrorismo o las mafias» de inmigración o crimen organizado.

Por ello, la alta representante de la UE para la política exterior, Federica Mogherini, recordó que «en la Unión Europea está la prioridad del crecimiento y el empleo, pero también de la seguridad y la lucha antiterrorista. Si los países quieren ir a las causas de esos retos, en esto es en lo que tienen que invertir». Y la inversión comprometida la semana pasada en la reunión de Bruselas servirá para que la misión conjunta del G5 Sahel «pueda ponerse en marcha y ser operativa lo antes posible», subrayó Moherini.