En estos días de acontecimientos inquietantes y de futuro incierto es difícil ver que, sin darnos cuenta, estamos iniciando una nueva revolución. La naturaleza lleva varios años avisándonos de que tenemos que reducir nuestro consumo de recursos naturales y aliviar la presión que ejercemos sobre el medio ambiente Cada vez suceden con mayor frecuencia e intensidad algunos de los fenómenos naturales que la comunidad científica lleva alertando desde el final del siglo pasado que se producirían si continúan los impactos que los seres humanos estamos provocando.

La temperatura media de la Tierra ya ha aumentado un grado con respecto a la era preindustrial, y sube cada vez más rápido. Los incendios sin precedentes que se produjeron este verano pasado en los Estados Unidos calcinaron una superficie similar a la de toda la provincia de Zaragoza.

La cantidad y virulencia de los huracanes es cada vez mayor. Este mes de septiembre se formó en las costas de Grecia un medicane, una tormenta similar a un huracán, pero en el Mediterráneo. La pérdida de biodiversidad acelerada que estamos provocando con nuestras actividades debilita la resiliencia de los ecosistemas y, entre otras consecuencias negativas inesperadas, favorece la propagación de pandemias, como la de covid-19.

Estos datos ponen de manifiesto que nuestro entorno natural tiene unos límites que no debemos ni podemos superar porque se nos vuelve en nuestra contra.

Aunque no seamos conscientes de ello, esto nos está obligando a cambiar. Hace unos 12.000 años la población humana alcanzó la cifra aproximada de diez millones de personas. Eran cazadores recolectores nómadas. En algunas zonas, el crecimiento de la población provocó que los recursos naturales locales escasearan. Para adaptarse, algunos ocuparon otras regiones del planeta y otros aprendieron a domesticar animales y a cultivar plantas, creando las comunidades sedentarias. Esta adaptación revolucionaria fue el germen de nuestras culturas y sociedades actuales.

La adaptación, como todos sabemos por la historia, no fue tan simple y fácil como desarrollar y aprender técnicas agropecuarias y posteriormente industriales. Exigió un cambio muy profundo en las relaciones humanas para desarrollar la capacidad de vivir en sociedad y de colaborar y cooperar a una escala cada vez mayor para superar retos y alcanzar metas comunes. Gracias a este proceso de adaptación y desarrollo, la población mundial actual alcanza ya los 7.800 millones de habitantes, casi mil veces más de individuos que hace 12.000 años.

Hoy en día estamos probablemente ante un reto similar: los límites de nuestro entorno físico natural se imponen y nos indican con crudeza que no podemos continuar con nuestro modelo actual de desarrollo. Tenemos de nuevo que redefinirlo, dentro de los límites físicos de la naturaleza.

Y no se trata solo de desarrollar tecnologías apropiadas, sino que debemos llevar a cabo cambios profundos en nuestra mentalidad, en nuestras relaciones sociales y con la naturaleza, que nos permitan llevar a cabo y culminar con dignidad la revolución que ya hemos comenzado, que no es otra que la de un desarrollo sostenible real.