Nos movemos en un mundo pequeño. Estamos interconectados y recibimos progresivamente una mayor cantidad de información. Constantemente escuchamos, e incluso vemos, lo que ocurre en cualquier parte del mundo, muchas veces en riguroso directo. O, mejor dicho, solo aquello que tiene interés mediático o social. El resto de asuntos requieren la iniciativa del propio interesado o de terceros agentes para salir a la luz. El trabajo de entidades como la Fundación Juan Bonal trata de hacer llegar al gran público las realidades que otros callan y cuya esencia afecta a lo más importante: las personas.

Las necesidades, el sufrimiento o la pobreza de los menos privilegiados son temas recurrentemente olvidados, a pesar de que el ser humano debe su progreso histórico al altruismo y la cooperación. Juntos, colaborando, somos capaces de superar cualquier barrera y hemos llevado nuestro éxito evolutivo a un nivel siempre creciente.

Pero esta naturaleza nuestra no se muestra de manera universal. Una parte de la población decide concentrarse en su pequeño y endogámico mundo, donde el área de confort lo cubre todo. Otra parte de la población, sin embargo, decide querer saber acerca del otro, esté cerca o lejos, porque lo identifica como miembro de la misma raza, un hermano que ha nacido y se ha desarrollado en condiciones diferentes, pero que vive y siente como todos. Y esta otra parte de la población incluye, además, a un pequeño grupo que decide involucrarse, aportar su colaboración para cambiar las cosas, eliminar barreras, socorrer al necesitado y ayudar al desarrollo de los pueblos para que un día todos podamos disfrutar de una vida en condiciones dignas.

Estos últimos son los que hacen del mundo un lugar mejor. Lo hacen despacio y, habitualmente, en silencio. Pero su fuerza es arrolladora. Ellos son los que nos han traído hasta aquí. Ellos son los que han compensado la barbarie, el despotismo, la violencia o la intolerancia de otros a lo largo de la Historia. Ellos son los que han creído, con valentía y en contra del desánimo, en valores e ideales que han marcado la diferencia. Ellos son los que han defendido el valor del ser humano con gestos, grandes o pequeños, pero definitivos. Ellos son los que, en resumen, han apuntalado el ascenso de la dignidad humana y nos han hecho mejores a todos, como sociedad y como grupo global.

En última instancia, vivimos en un mundo que no enfrenta a la realidad de que no todos somos iguales. Ante ese innegable hecho, surgen diferentes estrategias, tomamos una decisión que nos sitúa en uno u otro grupo: los que argumentan una ética que justifica la cómoda insolidaridad, los que se abstienen tanto de valores propios como ajenos, los que enarbolan la congruencia y llevan a la práctica lo que otros muchos sólo dicen, logrando cambios reales y decisivos.

Así, surge una pregunta para cada uno de nosotros, simple y crucial: ¿En qué grupo quieres estar?