Normalmente «no tengo problemas para encontrar lugares donde dormir. Pero ahora sí, me veo en plena emergencia invernal». Son palabras de José Peña, de origen peruano, que lleva una década afincado en la capital aragonesa. Él es uno más de las decenas de ciudadanos que duermen a diario en las calles de Zaragoza.

Tras un otoño que más bien parecía primavera, el frío ya está aquí. Y con él comienza la época del año más dura para quienes carecen de una vivienda.

Empieza también el que es quizás el mayor pico anual de trabajo para las organizaciones sociales e instituciones que integran la Coordinadora de Centros y Servicios de atención a personas sin hogar de Zaragoza. Este organismo agrupa a todas las entidades que trabajan «con unos objetivos profesionales para sacar a las personas en exclusión sociorresidencial grave de la situación de sinhogarismo», explica José Luis Esteruelas, trabajador social en el centro San Antonio de los Hermanos Capuchinos.

Desde la coordinadora consideran que uno de los principales escollos con los que se encuentran en sus procesos de intervención es la dificultad del acceso «a un alojamiento digno y estable con los escasos recursos económicos con los que cuentan las personas que acompañamos», señalan. Tras un tiempo en alojamientos temporales en diferentes centros, desde la coordinadora denuncian que «acceder a una vivienda permanente es, prácticamente, imposible». Por ello piden a las administraciones «una mayor implicación».

Una de las consecuencias directas de la exclusión residencial grave es su repercusión negativa en la salud física de quienes la sufren. «Pero sobre todo en su salud mental», destaca Esteruelas. «Si todos somos ya de por sí bastante vulnerables a patologías como la ansiedad y la depresión, daños colaterales del estilo de vida que llevamos, todavía lo son más estas personas, que viven en una situación de estrés muy pronunciada, y con mucha violencia».

La mayoría de las personas sin hogar se encuentran muy deterioradas, con indicios de enfermedad mental, que es agravado cuando se encuentran sin seguimiento especializado alguno. Y, mucho menos, por la red pública social y sanitaria, pues sus circunstancias personales dificultan el acceso a una atención especializada.

Recibir una cita médica, la convalecencia tras un alta hospitalaria... «Todo esto se complica cuando no se tiene un hogar o una red social que, por ejemplo, te ayude a suministrar las medicinas», expone.

Todas estas carencias implican que, muchas veces, las personas sin hogar entren en el circuito sanitario a través de urgencias, cuando su enfermedad ya está en fase aguda. Por ello, este trabajador social sostiene que «sería necesario trabajar de forma más concreta las necesidades que tienen las personas sin hogar. Algunas comunidades autónomas, como Murcia, Andalucía o Cataluña, ya han tienen protocolos específicos ». La coordinadora está en conversaciones con el Gobierno de Aragón para establecer uno aquí.

Esteruelas quiere aclarar que «cuando hablamos de sinhogarismo no lo estamos haciendo de un problema homogéneo, sino de un grupo de personas cuya característica principal es no tener hogar. Pero alrededor de ello hay muchas más carencias», sobre las que la coordinadora trata de «ir trabajando poco a poco». Entre esas líneas de intervención están la mejora de las habilidades básicas de la vida diaria. «También trabajamos de una manera muy básica el acceso al empleo, hacemos cursos de informática gracias al voluntariado, tenemos proyectos de tiempo libre y ocio saludable…», desgrana.

Sí que admite que una «característica transversal» a casi todas las personas sin hogar es la «sensación de soledad». Pero la coordinadora trata de ayudarles a «recomponer su vida» para «volver a la senda de la vivienda y del empleo y para ayudarles a recuperar su red social».