La solidaridad es una cualidad humana fundamental que expresa una adhesión a una causa común. Esa adhesión tiene su etimología en algo sólido, fruto de la soldadura de dos partes. No obstante, estamos presenciando, cada vez más, campañas solidarias que sustituyen el medio por el fin, apelando a la emoción con consecuencias realmente perversas.

Los recientes casos de Nadia o de Paco Sanz son prueba de ello. En ambos se apeló a la tristeza para recaudar fondos y financiar tratamientos en los Estados Unidos. Estas causas terminaron en escándalos de fraude. Luego vino el enfado, la incredulidad y la desconfianza, especialmente entre quienes creyeron y confiaron en ambos casos.

Aparte de estas campañas, existen otras que recurren a la alegría y a la euforia. Recordemos la exitosa campaña para sensibilizar sobre la esclerosis lateral amiotrófica, en la que famosos echaban agua helada sobre sus cabezas y retaban a otros famosos a hacerlo. Aquí no podemos hablar de fraude o engaño, pero cabe preguntarnos: ¿El vídeo nos producía, simplemente, simpatía hacia el famoso, o empatía hacia el enfermo?

Hay una evidente desconexión hacia quienes padecen la enfermedad y, simultáneamente, un placer momentáneo al ver el cuerpo emparamado de quien, en otro contexto, entretiene con el futbol o la música; pero la cuestión de fondo es: ¿Esa campaña nos acerca a identificarnos con los enfermos de esclerosis lateral amiotrófica?

Yo creo que produce el efecto contrario. Nos aleja, pero no con la distancia de la indiferencia, sino de la simpatía. Crea un efecto de anestesia, porque participamos como entretenidos consumidores que hacen donativos, no como ciudadanos identificados y comprometidos con estos enfermos.

Del mismo modo, algunas organizaciones realizan campañas solidarias con personajes de dibujos animados o de sagas exitosas del cine para concienciarnos sobre los problemas ambientales, la escasez de alimentos o la pobreza.

¿Pueden la tierna Elsa de Frozen o el malvado Dart Varder de Star Wars ayudarnos a ser solidarios? Lo dudo. Producen simpatía, no empatía.

Estamos ante una hiperestimulación mediática de emociones como la tristeza o la alegría. Para la solidaridad no basta con la emoción. La emoción suele ser pasajera e intermitente. Aceptar una solidaridad de entretenimiento indoloro o tristeza lacrimógena no es la vía.

Existen formas de saber que cuentan con una gran experiencia en la ayuda y la solidaridad. Las profesiones que promueven la relación de ayuda como el trabajo social, la psicología o la filosofía práctica y las acciones de la cooperación al desarrollo o la solidaridad internacional cuentan con un largo bagaje para establecer relaciones duraderas, respetando el protagonismo del participante, la autonomía y la dignidad del paciente, sin hacer exhibicionismo de su dolor o su miseria.

Debemos fijarnos en ellas e ir en la vía de una solidaridad cívica, que nos identifique como ciudadanos del mismo planeta, con derechos y obligaciones entre nosotros. Los vínculos sustentados solo en la emoción no solidifican, se diluyen fácilmente.

Por lo tanto, actuemos con el corazón, pero también con la cabeza.