«Esta experiencia fue el final de un ciclo. Un gran regalo, una revelación, un descubrimiento de mí misma, de apertura al mundo. La oportunidad de ponerme al servicio de algo más grande». Con estas palabras define Brunilde Román su estancia de voluntariado internacional, conocido como Volpa, en el qué participó en el 2008 gracias a Entreculturas en Aragón. Román fue voluntaria en Chad durante un año y actualmente se sigue considerando «agente del cambio», ha escrito un libro y participa en certámenes literarios.

El programa Volpa de la oenegé Entreculturas da formación y acompañamiento a personas que desean vivir una experiencia de uno o dos años en organizaciones de América Latina o África. Desde 1991, más de un millar de personas de toda España ha podido realizar un voluntariado en el extranjero que ha cambiado sus vidas y las de las comunidades en las que se involucran. Marga Deya, voluntaria aragonesa que participó en 2005, destaca que «la experiencia en Paraguay cambió mi compromiso vital y mis valores personales. A raíz de la experiencia soy más consciente de la injusticia estructural y la necesidad de incidir sobre ella». Ahora colabora como formadora de otros voluntarios del programa.

El proceso

Volpa es un proceso transformador. Los puestos de destino son lugares duros, de pobreza extrema, y que exigen una gran madurez psicológica y humana. «Allí el contacto personal es más puro, más natural, estás con las personas, mientras aquí estamos con la tecnología que nos aparta del contacto directo. Allí se celebra todo con el vecindario, hay vida en comunidad. Y cuando hay problemas se comparten y resuelven entre todos», señala José Vicente, periodista de 32 años que estuvo en Nador (Marruecos) en 2016 trabajando con las personas subsaharianas que huían de los conflictos en sus países.

El trabajo que realizan las personas voluntarias en los países del Sur es muy diverso: un 45% colaboran en proyectos comunitarios de educación no formal y un 22% en tareas de promoción social. También se trabaja con personas migrantes y desplazadas, en la formación del profesorado, en salud y en educación. «Las instituciones del Sur valoran mucho la cualificación profesional, pero sobre todo destacan el aporte humano de los voluntarios, su motivación, la alegría, el trabajo en equipo y sus experiencias personales», indica Ana Moreno, coordinadora a nivel estatal de Volpa.

A las personas candidatas se les pide una experiencia previa de voluntariado social en España de al menos un año. «Haber hecho ya un voluntariado facilita las cosas, porque se entiende mejor el funcionamiento de las organizaciones, y el sentido del voluntariado. No entendemos una persona que quiera ser voluntaria en América sin haber hecho un voluntariado anterior aquí en España», señala Moreno.La formación en el programa se inicia en el mes de noviembre y consiste en diez talleres donde se trabajan las motivaciones, las actitudes y las emociones; se conoce con mayor profundidad el programa, la realidad de los países del Sur y las dificultades del encuentro cultural, así como se estudia la gestión de los conflictos y se afronta el reto del regreso a España. Incluye dos estancias de fin de semana en Madrid, donde se juntan las personas en formación de las diferentes ciudades. En el mes de mayo, acabado el periodo formativo, se toma la decisión de hacer o no el voluntariado y se asigna a cada persona el destino más adecuado a su perfil personal.

Las instituciones del Sur facilitan a las personas voluntarias la manutención y el alojamiento en casas compartidas o incluso en familias. El trabajo es una forma de sumergirse en la realidad de la comunidad y del país de destino. Al cabo de unos meses la persona voluntaria «forma parte» del entorno en el que está, y la experiencia de voluntariado le da la oportunidad de mirar la realidad desde otro lado, de cambiar la mirada y encontrarse con personas y realidades de pobreza y exclusión. Este encuentro es la clave del cambio: «descubres la injusticia, el dolor, el sufrir con los que sufren… ves unas realidades a las que antes no dabas importancia», coinciden Aurora y Rafael, ambos educadores de Volpa. El cambio tiene doble sentido, porque también en las instituciones donde trabajan las personas voluntarias el encuentro cultural amplía la mirada y cambia la perspectiva y nacen amistades profundas que marcan para toda la vida.

La experiencia de voluntariado no termina en el Sur, sino que se completa con el regreso y la vuelta a casa. La mayoría vive un choque social y de valores, que inicialmente se produce frustración con el nuevo entorno: «Vuelve el cuerpo pero no vuelves tú. La cabeza vuelve y funciona, pero el corazón llega más tarde, durante dos años estuve luchando por volverme a integrar en esta sociedad», indica una voluntaria. «No me resulta fácil poner en palabras mi vivencia en Nicaragua, quizás sí decir que para mí supuso toparme con todas mis debilidades y descubrir también todas las riquezas y fue una vivencia de libertad plena. Una invitación a nacer de nuevo. Para mí hubo un antes y un después muy evidente», señala otra voluntaria. Pero se acaba volviendo, también el corazón, para continuar con una vida que está llamada a ser un agente del cambio en la sociedad.