Puede parecer paradójico pero, en paralelo al aumento del hambre, la obesidad y el sobrepeso tampoco dejan de crecer en todo el mundo. Según estima la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el número de obesos era de 830 millones de personas (entre niños y adultos) en el 2018, por encima de los casi 822 millones de hambrientos.

Además, unos 2.000 millones de mayores de edad padecían sobrepeso, así como unos 40 millones de niños menores de cinco años. Por lo tanto, la malnutrición global aumenta si se tienen en cuenta estas cifras, y no solo las del hambre, pues no es lo mismo ingerir calorías que estar bien alimentado.

El porcentaje de niños en edad escolar con sobrepeso casi se ha duplicado desde el año 2000, síntoma de un sistema alimentario defectuoso en el que muchas veces resulta más fácil comer comida basura que frutas y verduras.

«La emergencia no necesariamente se debe a que tengamos demasiada comida, sino a que los alimentos disponibles no son los adecuados», afirma el director de Nutrición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Francesco Branca.

La inseguridad alimentaria, que sufren 2.000 millones de personas de forma grave o moderada, aumenta la probabilidad de padecer sobrepeso o, todavía peor, obesidad. Esto ocurre porque mucha gente no puede acceder a alimentos de calidad, mientras el sistema alimentario les pone en bandeja productos baratos de alto contenido en grasas, sal y azúcares.

Según Naciones Unidas, la mayoría de niños en edad escolar no come suficientes frutas y verduras, pero sí consume comida rápida y bebidas gaseosas con regularidad. Los productos industriales ultraprocesados reemplazan los alimentos saludables, tomando proteínas, carbohidratos y grasas de bajo coste, y recombinándolas con aditivos.

En Estados Unidos, Reino Unido, Canadá o Australia, se calcula que hasta el 60 % de las calorías procede ya de este tipo de alimentos, mientras que en países de ingresos medios como Brasil, Chile o México, el porcentaje es del 35%. Francesco Branca hace hincapié en la necesidad de garantizar que las personas con bajos ingresos «tengan acceso a productos saludables» y políticas públicas que «modelen los ambientes alimentarios», para evitar que la obesidad arraigue como la nueva enfermedad de los pobres.