Libia no es un lugar seguro al que deban devolverse refugiados, solicitantes de asilo o migrantes. Sin embargo, la UE y sus Estados miembros siguen facilitando apoyo político y material a la guardia costera libia, apoyo que se traduce en el retorno forzado a un país en conflicto. Desde que comenzaron los combates en Trípoli (Libia) en abril del 2019, la guardia costera ha retornado a cuatro veces más la cantidad de personas que, por el contrario, han sido reasentadas en países seguros. Solo este año, 7.000 personas fueron interceptadas por las autoridades y devueltas a la fuerza al país, según datos de ACNUR y la OIM. Así, ante la falta de soluciones oportunas que ofrezcan alguna esperanza real, el único escape es el mar.

El Ocean Viking, el barco de las oenegés Médicos Sin Fronteras (MSF) y SOS Mediterranée, rescató el pasado 18 de octubre a 104 personas que intentaban atravesar el mar en busca de una oportunidad. Entre ellos había 40 menores (31 no acompañados) y dos mujeres embarazadas.

Dada la negativa de las autoridades libias a ofrecer una alternativa segura a Trípoli para desembarcar a los migrantes, el barco estuvo a la deriva durante 12 días. El Ocean Viking solicitó un puerto a Italia, que no respondió, y a Malta, que se negó al desembarco y a que repostara combustible. Finalmente, el 30 de octubre, los gobiernos de Francia, Alemania e Italia llegaron a un acuerdo para repartirse a los 104 rescatados por el barco y otros 90 salvados por el Alan Kurdi, de la oenegé Sea Eye. Los buques humanitarios atracaron en el puerto italiano de Pozzallo «después de once días abandonados en el mar y de total incertidumbre», escribía MSF en su cuenta de Twitter.

Fleur, una joven de 22 años, es una de esas 104 personas rescatadas por el Ocean Viking en el que era su cuarto intento de cruzar el mar. En el tercero perdió a dos de sus familiares. Ella no se ahogó entonces porque le impidieron subir a la misma balsa en la que viajaban su tía y su primo. Consiguió subir a otra, pero su bote fue interceptado y devuelto a la fuerza a Libia, donde fue detenida.

«Íbamos en convoy a Zuwara (Libia), había demasiada gente. Mi tía bregó para subir al bote de goma con su hijo. Traté de correr también para entrar en la zodiac. Fue entonces cuando el hombre tunecino que seleccionaba quién subía y quién no me rechazó. [El traficante] me atrapó. Me dijo: no, hay otra balsa de goma, debía ir en esa. Y mi tía se fue. Sinceramente, me traumatizó porque la primera zodiac, en la que iba mi familia, en la que estaban mi tía y su hijo, con toda la gente con la que había estado, murieron todos. Nadie sobrevivió, así que decidí no volver a intentar cruzar el mar [de nuevo] por mucho tiempo», recuerda Fleur.

Los testimonios que muchos de los pacientes trasladan a los equipos de MSF en el Ocean Viking hablan de episodios de sufrimiento, abusos, torturas y violencia durante su paso y estancia en Libia. Así lo cuenta Juan Pablo Sánchez, médico a bordo del buque de rescate: «Podemos ver claramente rastros de la violencia física, marcas, en los cuerpos de las personas que rescatamos. Daños que han sufrido en Libia».

Dario Trenzi es el psicólogo que acompañó a los supervivientes del naufragio en Lampedusa el pasado 7 de octubre durante la fase de reconocimiento de los cadáveres. La embarcación volcó, al desestabilizarse, cuando los inmigrantes se colocaron todos a un lado al ver que se acercaba una patrullera de la guardia costera italiana. Dejó trece muertas, todas ellas mujeres y quince desaparecidos, entre los que había ocho niños. Sobrevivieron 22 personas. Las autoridades italianas solicitaron rápidamente la ayuda del Ocean Viking para buscar a las víctimas. Trenzi explica que la fase de reconocimiento fue lo más «duro» para ellos, y «muchos continúan preguntándose por qué todavía están vivos y los otros no».