La globalización ha transformado rápidamente la cooperación al desarrollo. Nuevos actores y países están participando activamente. Hasta hace poco, la cooperación era contemplada como un asunto que concernía casi en exclusiva a los países ricos del norte global que canalizaban por diversas vías una ínfima parte de sus recursos hacia un sur genérico y empobrecido que absorbía los azarosos flujos de la ayuda oficial al desarrollo.

Esta arquitectura global ha cambiado. Países con diferentes grados de desarrollo contribuyen a la provisión de ayuda de diversas formas. En este nuevo empeño encontramos a estados de ingresos medios, como Brasil, México, China, India y Sudáfrica e, incluso, a países de ingresos bajos; por ejemplo, Ruanda.

Esta reflexión viene a cuento de la publicación, el pasado enero, del tercer libro blanco de la cooperación al desarrollo de la República Popular China, La cooperación internacional para el desarrollo de China en la nueva era, en el que se actualizan sus puntos de vista de cara a los próximos años. Con el interés añadido de que aparece tras las reformas acometidas sobre la ayuda exterior, que dieron lugar a la creación de la Agencia de Cooperación para el Desarrollo Internacional de China (CIDCA) en el 2018.

La segunda economía más grande del mundo es ya el mayor acreedor oficial de los países en desarrollo. Los efectos de sus prácticas de ayuda e inversiones generan controversias. Se señala su falta de transparencia y se alude, de forma políticamente interesada, a la supuesta diplomacia china de la trampa de la deuda. Pero, al mismo tiempo, también se subraya el hecho de que en muchos países en desarrollo crece la valoración positiva hacia las inversiones que llegan del gigante asiático.

La visión de la ayuda que tiene China es significativamente diferente de la que realizan los países donantes tradicionales. No suele implicar condiciones estrictas para mejorar la gobernanza local, fortalecer los derechos de la mujer, combatir la corrupción o contar con el acuerdo de las comunidades locales. Tampoco es muy clara la distinción de subvenciones, ayudas no reembolsables y préstamos, y está bastante lejos de contemplar los cinco pilares o principios que consensuaron en el 2005 los donantes en la agenda de la eficacia de la ayuda de París.

La estrategia general de la ayuda China se sustenta en la convicción de que las relaciones de estado a estado son beneficiosas para ambas partes y que el apoyo que se oferta no cuestiona la legitimidad política del gobierno que la recibe, ni interfiere en los asuntos internos del país beneficiado. Al margen de la retórica sobre el respeto mutuo y la amistad entre países, muchos observadores coinciden en señalar que el esfuerzo realizado por China en sus políticas de cooperación obedece tanto a intereses económicos como a la expansión de su poder blando en amplias regiones del mundo.

La cooperación internacional para el desarrollo de China en la nueva era mantiene lo esencial de las últimas décadas. Sigue considerándose como un donante fuera del consenso general del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE y apuesta firmemente por el marco de la cooperación sur-sur. Esto significa que uno de los grandes donantes en el campo de la cooperación al desarrollo seguirá operando al margen de las tradicionales reglas de la ayuda norte-sur, aunque en su último libro blanco aparezcan algunos elementos de interés compartido con la comunidad tradicional de donantes: Agenda 2030, provisión de bienes públicos globales…

En cualquier caso, una cooperación tan importante como distinta, ¿podría ayudar a pensar otras alternativas al desarrollo?.