Blanca Sickenga llegó a España el 30 de noviembre del 2016. Procedente de Venezuela, venía con su hija de tres años y embarazada de seis meses. Dos meses y medio después aterrizaba su marido, Enrique Sánchez, «el día de los enamorados del 2017», recuerda él. «Yo estaba trabajando allá y quería dejar las cosas arregladas», señala. Ambos temían por sus vidas y decidieron huir de la persecución a la que les estaba sometiendo el régimen de Nicolás Maduro. «Fue como escabullirse del enemigo. Ella se marchó primero y nadie se enteró, y después me vine yo».

Año y medio más tarde, gracias al apoyo que les sigue brindando Cruz Roja a través de su programa de acogida e integración de solicitantes y beneficiarios de protección internacional, Zaragoza se ha convertido en su hogar. Aunque esta no fue su puerta de entrada en España. «Tengo una prima en Guadalajara, y ahí fue donde llegué primero.», explica Blanca. «Ahí empecé a indagar todo lo relacionado con los programas de acogida, ya que ella estaba en uno con Accem. Me ofrecieron ayuda a mí también, pero tenía que cambiar de ciudad, y no quería marcharme hasta que llegase mi esposo. Así que al día siguiente de su llegada nos fuimos para esta oenegé, y a los dos días ya nos habían metido en su programa».

A punto de dar a luz, los médicos le recomendaron que esperase para mudarse. «Y el día que mi bebé cumplía un mes, nos ofrecieron venir para Zaragoza en el programa de Cruz Roja. Como yo ya tenía a mi familia conmigo, me daba igual ir para donde fuera». Era el 20 de abril del 2017. Más de un año después, Blanca asegura encontrarse «encantada» a orillas del Ebro. «La gente aquí es más abierta. Jamás me he topado con nadie que me haya tratado mal. Y sobre todo son muy comprensivos con los niños. Mi hija es muy inquieta y aquí no he tenido ninguna queja».

De este modo, este matrimonio dejaba tras de sí un país en el que ya no podían vivir. «Yo trabajaba en una empresa del Gobierno venezolano y me despidieron por pensar diferente.», asegura ella. «Y como nos quedamos cortos de dinero montamos un negocio en casa para poder subsistir. Pero sufrí muchas persecuciones porque pertenecemos a un partido político», denominado La Causa R.

Blanca prosigue el relato de su calvario. «Nos quemaron un auto, tuvimos muchas balaceras (tiroteos) en casa, estábamos bajo la supervisión constante de colectivos que pertenecen al Gobierno, me querían saquear el negocio si no pagábamos una mordida a la Policía y me amenazaron con quemarlo… Y así hasta que llegó un momento en que no podíamos más».

«Yo también trabajaba en una compañía del Estado», comenta Enrique, concretamente en las Empresas Básicas venezolanas, dedicadas a la explotación de recursos mineros y eléctricos. «Pero cuando se enteraron de que estábamos inscritos en el partido me empezaron a llamar al trabajo, a la casa…», rememora.

Enrique tiene dos hijas mayores, a las que trata de traer a España. Una vez, al ir a buscarlas al colegio, le golpearon el coche. «Y al ir a bajarme me agarraron, me tiraron al piso y me dijeron que tenía que retirarme del partido político. Pero empezaron a salir los niños del colegio y se pusieron nerviosos, así que le metieron unos tiros a las ruedas del coche y se fueron», mientras sus niñas eran testigos desde la puerta del centro escolar.

Ocurrieron más cosas. En un cumpleaños pasaron por su casa disparando. «Nos pintaban en las paredes de casa y nos amenazaban con secuestrar a las niñas si hablábamos» de lo ocurrido. Y todo esto por parte de grupos informales armados presuntamente por el Gobierno de Maduro. «Incluso nos pusieron vigilancia enfrente de casa», agrega ella.

«En el momento en el que supe que estaba embarazada me dije: ‘no aguanto más’». No quería que su nuevo hijo naciese en esa Venezuela. «Con mi hija mayor no podía ni tan siquiera salir a un parque, y no quería seguir viviendo así. Además, si mi bebé nacía con alguna dificultad, en los hospitales no había de nada».

El niño acabó naciendo en Guadalajara. Y al cabo de un estaban viviendo en Zaragoza. Por el momento, Blanca no ha podido homologar su título universitario de administración de empresas, ya que el camión de DHL que lo transportaba en Venezuela para embarcarlo rumbo a España fue asaltado. Pero sí ha podido convalidar el título de bachillerato, y está a punto de finalizar una FP de administrativo a través de Cruz Roja Empleo.

Enrique, por su parte, trabajaba como ingeniero de mantenimiento mecánico en Venezuela, y también espera homologar su título. Ahora lleva casi un año trabajando en la limpieza viaria de Zaragoza con FCC, ya que durante la primera fase del programa de acogida realizó un curso de formación con opción de empleo. «Entré a trabajar cuando salíamos de la primera fase del programa a la segunda, así que lo tuvimos fácil para lograr la independencia económica. Y ahora ya estamos en la tercera fase del programa», la que lleva a la emancipación. Ya piensan en poner en marcha algún negocio.

Agradecen la rapidez con la que su niña fue escolarizada. Este verano, la pequeña disfruta de en las colonias de Cruz Roja. Y su niño asiste a la guardería de esta misma organización.

Por el momento, ni se plantean regresar a Venezuela. «Quizás de visita, cuando mejore la situación», opina Blanca. «Pero mi niña se está criando como una española. No la voy a obligar a volver».